JŪ SAN

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Kakashi observó a su alrededor con cuidado, eran las cinco de la mañana, los rayos del sol empezaban a escabullirse por las montañas y él se había colado en el barrio Uchiha sin permiso.

Observó a los agentes de la policía militar girar en una esquina mientras hacían sus rondas de cada día y se apresuró a llegar a su objetivo.

El Jounin saltó la valla cerrada y suspiró aliviado, había vuelto a completar con éxito su misión de infiltración personal.

Se aseguró de que ningún policía se encontraba en los alrededores e hizo uso de su chakra para escalar por la pared exterior de la casa de Obito.

°•.°•.°•.°•.

Obito despertó en el silencio de la mañana, bostezó y se deshizo del edredón que lo cubría con un quejido. Masajeó su dolorida espalda y luchó por levantarse aún cuando quería seguir durmiendo, para su desgracia, Ba-chan había reclamado su presencia en el hospital, por lo que debía irse.

El Uchiha finalmente se levantó y continuó con el masaje, el tiempo no perdonaba, y es que Obito ya casi rozaba la veintena. Caminó hacia la ventana con la intención de airear la habitación y corrió la cortina, un sentimiento cálido explotó en su pecho cuando encontró una flor roja en su alféizar. La tomó con cuidado entre sus dedos y la guió a su nariz, captando el leve rastro de una esencia no perteneciente a la flor.

Té negro y petricor.

Sonrió mordiéndose el labio inferior, Kakashi había empezado a regalarle azucenas desde hacía algunos meses, una cada jueves, pero el anterior no había recibido ninguna, como resultado, Obito se pasó el día deprimido por las esquinas. Ellos no habían tocado el tema porque, por alguna extraña razón, cada vez que el Uchiha lo intentaba el Alfa se coloreaba y se excusaba con algún deber, dejando al pobre Omega con la palabra en la boca.

De todos modos, Obito no se quejaba, cada vez que encontraba una flor algo en su interior se removía, haciendo que sus feromonas se esparcieran sin control hasta que hacía uso de sus inhibidores. Ba-chan le había explicado que no debía excederse con ellos, solo media pastilla al mediodía, una entera sí sentía que su control fallaba.

Caminó hacia su escritorio y puso la flor solitaria en un jarrón con agua, junto al cuadro de su antiguo equipo. Se sentó en la silla, entretenido en apreciar los diferentes tonos rojizos y disfrutar el aroma floral, pero sus ojos no pudieron evitar dirigirse a la imagen.

Tragó el pequeño nudo en su garganta y tomó el portarretratos con cuidado, la imagen de Rin le devolvió la mirada y Obito dejó ir un suspiro.

—¿Sabes, Rin? Ahora soy un Jounin gracias a todo mi esfuerzo, como Kakashi y Minato-sensei... ojalá hubieras podido ser una también. Con tu ninjutsu médico seguro que habrías logrado incluso ser discípula de Ba-chan, ella te habría adorado...

Obito dejó el cuadro tumbado en el escritorio y frotó sus ojos para deshacerse de las lágrimas. Tomó una honda inhalación y volvió a encontrar su mirada con la de la castaña.

—Rin... me gusta Kakashi, lo siento por eso, sé que tú lo querías, pero no puedo deshacerme de estos sentimientos.

La sonrisa brillante de la Nohara no cambió, el Uchiha suspiró.

—No sé qué estoy haciendo, Rin, quiero decir, él es un Alfa muy cotizado en la aldea; es guapo, amable, fuerte, tranquilo... sexy.

Las mejillas de Obito lentamente se tiñeron de rojo y desvió su mirada hacia la ventana, hasta que repentinamente sus ánimos se desmoronaron.

—Y yo... soy un Omega demasiado alto y musculoso, ¡incluso me han dicho que parezco un Alfa! Además soy la oveja negra del clan Uchiha; una deshonra que cedió su Sharingan. Tengo media cara llena de cicatrices, me falta un brazo, soy torpe, despistado... Creo que mi única cualidad es ser Jounin, sinceramente.

El amor con colmillos. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora