Capítulo 11

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Capítulo 11

La habitación como de costumbre sintiéndose fría y lejana, los ruidos de la ciudad de fondo llenando el inmaculado silencio roto por su desalentada respiración, el silencio se deslizaba por las paredes de tal manera que incluso en algunos momentos podía escuchar a sus vecinos también si hablaban lo suficientemente alto. Era un escenario deprimente, solitario y con los sonidos del mundo como una bruma lejana.

La lámpara del techo parecía ser lo más interesante del mundo—en su mundo—la había estado observando demasiado tiempo, repasando con la vista el contorno y detalles del objeto una y otra y otra vez, hasta haberlo grabado con fuego en su memoria, podía cerrar los ojos y dibujar el contorno en su mente son facilidad. Había pasado los días así, sobre la cama sin ganas de levantarse y observando la dichosa lámpara mientras se abarrotaba de pensamientos, ahogándose en ellos, no recordaba cuando fue la última vez que había comido, no era a falta de comida—sabía que si abría la nevera encontraría algo—era solo que no le apetecía hacerlo.

Se sentía tan pesado que levantarse no era atractivo en absoluto y podría apostar que lucía absolutamente deplorable, podía sentir como si el colchón lo abrazara con una fuerza inmensa, manteniéndolo sobre la cama sin que se levantara, era como un abrazo, uno demoledor y que se llevaba tus fuerzas lejos.

Está en depresión—está seguro de eso—otra maldita vez.

Pero hay algo diferente, no cree poder salir de eso, simplemente ya no quiere, no quiere superarlo para volver a “estar bien”, maldita sea, él nunca ha estado bien, siempre con los pensamientos incorrectos en el fondo de su mente esperando como una fiera la oportunidad de debilidad para atacar directamente ahí, como un lobo que se lanzará a tu yugular apenas le des la espalda, siempre luchando contra si mismo, contra cosas con las que ya no puede reprimir, ya no puede luchar más, se siente como si fuera un veterano de guerra, arruinado, roto, exhausto y sin ansias por luchar contra la mierda mental, simplemente quiere que lo absorba, ya ha enterrado su hacha de batalla y se ha lanzada de rodillas sobre la tierra. Se siente como un viajero, que ha vagado hasta quedar exhausto y rendirse en medio del desierto.

La culpa arde fuerte en su pecho, una braza castigadora que extingue sus pocas ansias de resistencia. Ha vívido demasiado tiempo como un errante, sin propósitos, sin emociones, ¿de que sirve vivir de esa manera?, esta cansado de ello, solo quiere dormir, dormir y no despertar jamás. Parece un momento casualmente tentador para romper esa promesa que le hizo alguna vez a Aoko, esa señora japonesa que tanto había intentado ayudarlo de niño, su abuela, como solía llamarle.

El pequeño sollozaba con fuerza, con su carita enterrada en el cuello de la anciana, llenando su piel de lágrimas agrias y mocos y a ella no parecía importarle en absoluto, acariciando sus cabellos con delicadeza y dándole susurros reconfortantes para que se calmara, las pesadillas esa noche habían sido terribles, su madre corrías tras él, ensangrentada y errática, yendo por él a herirle, había sido terrorífico para el pequeño Jimin.

—¿Por qué ha pasado esto abuela?, ¿por qué quiere hacerme daño?—su vocecita salió rota y amortiguada, antes de que volviera a tener otra arremetida de sollozos que sacudían con rudeza sus hombros.

—Solo ha sido un sueño Jimin—su voz baja en un susurro débil y tranquilizador—no debes olvidar nunca que tú mamá te amaba, no dejas que los sueños te quiten eso jamás.

—No quiero seguir viendo esas cosas, no quiero, solo quiero irme a donde mamá está.

La anciana lo sacó de su escondite de un gesto brusco, sus ojos estaban muy abiertos mientras lo miraba escandalizada y cogía sus mejillas mojadas entre sus manos.

Suicide | Kookmin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora