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AQUILA SE ENCONTRABA EN SU RECÁMARA, nuevamente llorando desconsoladamente, pero esta vez posaba la camisa favorita de su padre en la mano, se refugiaba en ella encontrando al menos una pizca de consuelo.
Muchos dirían que ella estaba exagerando, pero que pensarían ustedes si su primer amor, sus primeros besos, sus primeras caricias, sus primeros sentimientos, que lo había dado todo por un hombre, este nada más cumplía una orden, el hombre que ella amaba, que estaba dispuesta a entregar lo último que le quedaba por entregarle, su virginidad, estaba apunto de entregarle hasta la última gota a él, pero este solo le veía como algo que cumplir.
Ni siquiera le gustaba en lo más mínimo, mientras que a la pelinegra le gustaba hasta la última maldita cosa de ese pelirrojo, los primeros amores siempre dolerán, pero este, este es diferente a todos, en este te darás cuenta que también las personas te clavan un cuchillo por la espalda, que hasta la persona que más amas puede tener una máscara arriba de su rostro verdadero.
La pelinegra posaba una botella de Whisky de fuego en su mano, la bebía desconsoladamente, la chica nunca había sido de beber, nunca le gustó eso, pero según ella este día lo ameritaba, de repente la puerta del aposento se abrió y Aquila subió su mirada para luego observar a Sirius, este solo la observo con tristeza al verla en esa condición, la chica se levantó hecha lagrimas hacia el hombre.
—Abrázame hasta que mi corazón sane, por favor—Aquila lo abrazó con fuerza mientras sollozaba en el hombro de Sirius, este solo se dedicó a repetirle que todo iba a estar bien mientras besaba el cabello de la chica y lo acariciaba—Siento que me derrumbó, lo perdí todo, ya lo he perdido todo, solo me quedas tú papá.
Sirius sollozó al oír como le había dicho, después de años sin oír esa palabra salir de la boca de la chica, sintió como si todos los recuerdos se le venían arriba, desde el día en que nació, hasta el día en que lo enviaron a Azkaban, no podía negar que sentía como su sangre hervía al ver como el pelirrojo había dejado a su pequeña, aquella sonrisa que iluminaba su vida, se había convertido en un llanto incontrolable y ojeras notorias.
