Adulterada [Camren]

Capítulo xxiv. Vamos a hacer un desastre

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― Come una, Michael ― le dice al poner el refractario de cristal sobre la isla ―. Anda, que seguro te sienta bien.

El hombre alcanza una servilleta del centro de la isla para luego poner una galleta encima. Toma con ambas manos la taza caliente y tras soplarle dos o tres veces, sorbe con cuidado.

― Estoy segura de que todo va a arreglarse. Sólo dale tiempo, va a recapacitar muy pronto...

― No lo sé, Nancy ― dice el hombre antes de morder su galleta ―. Tuvo años para recapacitar. E incluso si lo hiciera ahora... ― niega con la cabeza todavía enfadado ―, que lo haga por su hija, ya no por mí.

La mujer aprieta los labios sintiendo pena por la situación que atraviesa su hermano y su familia.

― ¿No has hablado con ella?

― No ― responde él ―; ayer vino Emily a la casa y se llevó tres maletas, una de su madre, una de su hermano y una suya.

― ¿Y no hablaste con ella?

― Lo intenté, pero sólo me dijo que seguirán quedándose con mi suegra.

― Pobres chicos ― se lamenta la mujer llevándose la taza a los labios.

― No sé si deberías sentir pena por ellos. Quizá sí, después de todo, lo que son es gracias a nosotros.

Nancy acaricia el brazo de su hermano tratando de reconfortarlo.

― Eres un buen padre, Michael.

Pero él niega decidido.

― Lauren es lo que es gracias a ti... ― le recuerda. Nancy sonríe, pero en seguida responde:

― No te olvides de Taylor... ella no vivió conmigo en Holanda.

― Taylor es lo que es gracias a Lauren ― concluye el hombre, denotando que para nada había olvidado a la menor de sus hijos.

Después de compartir un momento de silencio, en donde la mitad de las tazas se vacía y otras tres galletas son engullidas por los hermanos, Mike jala aire para hacer lo que realmente fue a hacer a casa de su hermana.

― Gracias por recibir a Lauren.

Nancy sonríe con ternura y encoge los hombros.

― Esta siempre fue su casa también. Y la tuya, y de Taylor, si así lo quisieran.

― Estoy seguro de que Taylor se habría pasado aquí los últimos tres días, pegada como una lapa a Lauren. Pero creo que tampoco quería dejarme solo en casa.

Nancy sonríe con orgullo y asiente, ya que ella pensó lo mismo.

― No ha ido a la escuela, ¿verdad? ― pregunta, preocupado.

― No ― responde con un suspiro, reflejando el mismo sentimiento ―. Tampoco quise presionarla, traté de que estuviera activa, que comiera, que me ayudara con la casa como ha hecho antes, pero ha sido un poco difícil ― admite ―. Sólo hoy, como es sábado, pensé en dejarla dormir todo el día si le apetece.

― Ojalá el lunes se sienta más animada para ir.

― No lo sé, Michael ― dice la mujer cruzando los brazos sobre la isla ―. Anoche me comentó que quizá lo mejor sea darse de baja.

― ¿Qué? Pero está a un año de terminar la carrera.

― Lo sé, lo sé... Pero no te agobies ― le pide con una sonrisa ―. Ya podrán hablarlo con calma.