13: loco y estúpido

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—¿Qué fue eso?— pregunté, sentado en la cama de Will.

Este tenía el ceño fruncido al igual que yo y la mirada puesta sobre la puerta de su cuarto.

Ambos con nuestros libros aún cerrados en las manos, pues yo acababa de llegar a su casa, prácticamente.

—¿Deberíamos ir a ver?— preguntó. Asentí con la cabeza.

Se había escuchado un golpe en la cocina.

Cuando salimos de la habitación y cruzamos el pasillo nos encontramos con Jonathan sentado en una de las sillas y sobándose la parte trasera de la cabeza.

—Hola, chicos— saludó un tanto adolorido.

—¿Qué pasó?— Will tenía cara de que quería reírse.

—Estaba intentando levantar una cuchara que se me cayó y cuando me levanté me pegué en la mesa.

Esto ya no era una suposición, Will quería reírse.

—¿Y eso a qué se debe?— señalé los trastes que estaban sobre la mesa.

—Estoy en el intento de hornear algo para Nancy antes de que tu papá me odie por casi atropellarla cuando fui por ella.

Y Will soltó la carcajada. Fue una... ¿espontánea?, y fuerte.

Jonathan igual comenzó a reír.

—Oye, ¿puede haber alguien más torpe que tú, Jon?— preguntó aún entre risas.

—Muy gracioso, niño. En fin, me vas a ayudar como castigo.

—Okey. Acepto el trato.

Me da mucho no-sé-qué el ver como se hablan entre ellos, es como una comunicación de hermanos un tanto... inusual.

Sin que me hubieran invitado,  les ayudé. A sacar los trastes, acomodarlos, y claro que Will se veía lindo diciéndonos para qué servía cada artefacto y qué no se debía hacer con él como a fuéramos idiotas.

Porque me encanta esta faceta seria de Will. Esta faceta en la que parece que deja de ser mi mejor amigo para darme una instrucción y decirme las cosas como si fuera un desconocido más.

—Jonathan, eso no va ahí— le dijo Will entre regaño y risas.

Antes de que Jon pudiera responder, se escuchó un grito desde el cuarto de la señora Byers:
—Jonathan, ayúdame con estas cajas, por favor— le gritó como si estuviera haciendo un esfuerzo.

Él miró a Will pidiendo disculpas.

—Ya déjalo, yo lo hago, tú sigue con tus deberes— le dijo con una sonrisa.

Oficialmente iba a tomar el mando de la cocina.

Lo siguiente que escuché por 15 minutos fueron puros "pásame esto", "pon esto allá", "ayúdame a revolver esto", y bueno, como les decía, amo cuando se pone a dsr órdenes.

No me había dado cuenta de lo embobado que estaba con su afán de controlarlo todo y con la leve e ingenua sonrisa que se formaba en su rostro hasta que me dio un golpe en el hombro con la cuchara de madera que tenía en la mano.

—Tierra llamando a Mike.

Solté un respingo.

—Dime.

—¿Puedes revolver esto, por favor?— me dijo.

Asentí con la cabeza.

Miré el traste donde estaban ya todos los ingredientes para la mezcla.

Mientras yo me encargaba de eso, Will engrasaba el molde.

Tenía una mirada fija y tierna hacia el traste en el que iba a hornear, y lo tomaba con una pasión que ni yo como escritor me puedo imaginar.

Es muy fijo en lo que hace.

No importa si es presidente o es gerente de un supermercado, pero si lo llega a hacer seguro será el mejor gerente que haya existido.

—Mike.

—Dime.

—¿Eso ya está listo?

Le di el traste para que lo revisara.

—Te faltó un poco ahí— me seleccionó una parte del tazón.

—¿Dónde?— me acerqué, y cuando menos sentí, uno de sus dedos con la mezcla en él se colocó en mi cara y me dejó embarrado.

Se río. Me reí.

Tomé un poco de mezcla y se la puse en la frente.

Jugamos con ella hasta que nos dimos cuenta de que el horno ya se estaba pasando.

Tomó la mezcla y la pasó al molde. Se puso los guantes y en poco tiempo el pastel ya se estaba horneando.

Comenzamos a guardar las cosas. En ocasiones soltaba leves risas. En otras ocasiones era yo quien las daba. En otras me detenía a mirarlo, y me tomaba la sorpresa de que el ya me estaba viendo a mí. Cada vez que eso sucedía lograba escuchar los latidos de mi corazón.

Esperamos unos momentos sentados a que el pan estuviera listo, aún con las caras sucias por la masa. Lo contemplé limpiando sus manos con un trapo. Me gustan bastante sus manos.

Cuando el timbrecito sonó, fue de inmediato por los guantes y abrió el horno.

Legó un aroma delicioso que me deleitó por completo. Si pudiera casarme con ese olor lo haría.

Lo puso sobre la mesa y lo desmoldó.

Sus manos se veían muy suaves y delicadas, de esas que no matarían ni a una mosca.

—Ahora toca esperar a que se enfríe— me dijo emocionado haciendo una pequeña pausa entre palabra y palabra debido a su concentración —. Deja te quito eso— señaló la marca de pasta seca en mi mejilla.

Fue hacía el grifo y tomó un poco de agua en sus dedos, se acercó hacia mí y puso sus manos sobre mi rostro como si lo estuviera tomando.

Me sentí demasiado nervioso. Comenzó a frotar su pulgar en la mancha y juro por mi madre que pude haberlo besado, pero soy cobarde y temo que me eche de su casa. Lo normal.

Se quedó frente a mí un momento y el contacto visual no escasó.

Con mi mano tomé su otro brazo, lo miró y regresó su vista a mis ojos.

—No hay palabras que te describan, Michael Wheeler.

—Tal vez loco y estúpido, William Byers.

Nos mantuvimos a escasos centímetros.

—Creo que... ya es hora de... decorarlo— dije un tanto tímido.

—Tienes razón— solté su brazo, quitó su mano y finalmente se alejó.

Se tomó la cabeza y soltó un suspiro.

Eres un imbécil, Mike. Deja de desaprovechar tus oportunidades con él, no sabes cuando vas a volver a tener un momento así.

Y de pronto, así de repente me dieron ganas de escribir.
Adivinaste: sobre Will.

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