20: saliendo

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22/03/1985

Después de la fiesta, que en realidad no terminó después de las 12 de la mañana, porque la idea era desayunar todos juntos, estaba ayudando a recoger cuando miré a mi mochila y me nació la inquietud de saber si el libro seguía ahí. Para mí suerte, lo hacía. Estaba envuelto, tal cual lo había dejado una noche anterior. Antes de comenzar a despedirnos, me acerqué a Will con el libro en la mano.

Me sonrió cuando me vio y sin decir nada le extendí el libro. Desvíe la mirada con la intención de que no viera lo nervioso que estaba por el hecho de regalarselo con todas las anotaciones que traía.

—¿Lo puedo abrir ahora?— me preguntó, reprimiendo un chillido de emoción.

—Claro, digo, es tu regalo.

Comenzó a quitar poco a poco el papel que lo cubría.

Vio la portada y me volvió a abrazar.

—Gracias, de verdad.

—Espera a que veas lo que hay en su interior.

Siguió destapandolo hasta que se encontró con los papeles de colores.

Pasó las hojas de manera no tan rápida y veía con detenimiento algunas de las escrituras que le había hecho, lo que le había subrayado y cosas así.

Me alegró demasiado que sus ojos brillaran por el obsequio. Me gustó que le haya gustado.

Al regresar a casa, fui conversando de a poco con Nancy.

—A ver, respóndeme algo— le dije, aún riendo por la broma que había hecho antes.

—Suéltalo.

—¿Por qué no me dijiste que la reunión sería esta mañana? Al inicio me quedé como idiota cuando pude integrarme. Todos parecían estar concientes de lo que hacían ahí, menos yo.

—Niño, un día antes viste a Will, y no te ofendas, pero no eres precisamente bueno guardando secretos.

Me sentí un tanto ofendido, pero no podía contradecirla porque sabía que tenía razón.

—Bueno, pero pudiste decirme esa mañana.

—No, porque te hubieras puesto nervioso y habrías estado disociando mientras comprabas los regalos.

Le solté un golpe leve en el brazo. Seguimos riendo. La amo y la odio por conocerme tanto.

[...]


Pasaron algunas semanas desde el cumpleaños de Will. Cuatro, para ser exacto. Íbamos a la escuela y nos dábamos la libertad de intercambiar miradas entre clases.

Aún me daba... ¿Miedo? Demostrar afecto en público, que en sí sería la escuela o incluso la casa de cualquiera de los dos. Esto por dos razones: la primera y la más obvia que es la notable homofobia que hay de sobra, y aunque en su casa no es un tema tabú— creo que incluso ya 'salió del closet' —, y mi familia no ha dado señales de ella, sí me preocupa un poquito lo incómoda que podría llegar a ser la situación, además porque no se lo hemos dicho a nadie, y estamos en consideración de decírselo a nuestros hermanos; la segunda razón es que no sé cómo hacerlo, porque por más que me gustaría siquiera tomarle la mano con discreción... No puedo.

Esa noche, a mediados y casi finales de abril fue un sábado de una de las semanas escolares que he pasado. Exámenes, proyectos, tareas, guías, las pláticas de capacitación para escoger una carrera (OBLIGATORIAS) y que me quitan el tiempo para poder hacer lo anterior que ya había mencionado... Santo Bowie.

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