12. La pesadilla.

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Fue un lluvioso día de invierno, un 11 de enero de 2018, el día que cambió mi vida por completo. Ese día comprendí que la vida es jodida, muy jodida. La vida es como un pequeño hilo fino, se puede liar, desliar, puede ser de colores vivos y cálidos, de colores oscuros y fríos, puede ser una mezcla de tonos, puede ser flexible, rígida, puede alargarse, romperse...

Una vez que tienes tu propio hilo debes entender, que seguro, llegará un momento en el que éste se romperá, porque es así, la vida es así, injusta y caprichosa. Tarde o temprano, todos acabamos igual, todos acabamos convirtiéndonos en polvo, olvidados con el paso de los años.

¿Quién iba a decir que cuando volviera del partido de baloncesto del equipo de mi hermano pequeño, con mi padre y éste último, nunca volvería a ser la misma niña feliz que adoraba pasar tiempo con su familia, sus amigos, sacaba buenas calificaciones,...?

Aún recuerdo ese espantoso día, es algo que me persigue en las más oscuras y profundas noches como un recuerdo efímero, volátil, y a la vez tan real, tan cruel, pudiendo sentir como cada pedazo de cristal se clava en mis manos, el estrepitoso chirrido de los neumáticos junto a los gritos desesperados de mi pequeñín, Owen...

Mi hermanito iba a participar en el último partido con su equipo en una liga infantil, mi madre tenía citas que atender en su consulta, y mi hermano Luka estaba en la universidad, por lo que mi padre y yo fuimos a acompañar a nuestro Principito. Al principio yo no quería ir, pero mi padre dijo que sería divertido y pararíamos a cenar. Mi hermano acabó ganando y nosotros nos lo pasamos increíblemente bien, orgullosos de nuestro pequeño Principito. Obviamente nos sorprendimos cuando al salir del gimnasio vimos que el cielo estaba completamente oscuro, cubierto de nubes negras y lloviendo a cántaros. Nos pusimos en marcha para volver a casa y parar en algún MCauto a pedir la cena. Todo iba bien, mi padre puso música para hacer más llevadero el trayecto, y Owen y yo hablábamos sobre el gran partido y como se sentía ganar el trofeo de la liga. Todo pasó muy deprisa, en un simple pestañeo. Las luces de aquel coche negro me cegaron, mi padre giró el volante con fuerza y agilidad intentando maniobrar para escapar de aquella situación y no chocar con aquel coche que cruzaba en sentido contrario. Lo próximo que recuerdo fueron los neumáticos rechinando contar el asfalto de alquitrán. Mi hermano gritó con todas sus fuerzas cuando el coche empezó a dar vueltas de campana, una tras otra. Los cristales cedieron ante la fuerza de los golpes. Noté como varios de los pequeños trozos de cristal se me clavaban en el brazo izquierdo. No recuerdo cuántas vueltas de campana dimos, tal vez cinco, o puede que seis, no sé con exactitud porque noté como mi cabeza chocaba con fuerza contra el techo del coche, y pocos segundos después perdí la conciencia. Al despertar, unas luces cegadoras, blancas y de una luminosidad imperturbable me desorientaron por un segundo, mi vista se fue precisando poco a poco hasta que descubrí a mi madre sentada en una silla a mi lado con la vista fija en la ventana de la pared, su rostro estaba desencajado, tenía ojeras profundas y sus orbes que antes desprendían fortaleza y serenidad ahora se muestran vulnerables, melancólicos, rotos,...

Cuando los fijó en mí supe que algo no iba bien, y entonces lo recordé, recordé todo lo ocurrido en el accidente, me acordé de nuestro Principito, mí Principio, y mi padre, esa persona que siempre estuvo: quién me reñía cuando me saltaba la hora de llegada o quién me animaba a no dejarme vencer por mis miedos para alcanzar mis metas, era mi pilar,... Cuando mi hermano Luka entra entre lágrimas no me hacen falta palabras para entenderlo.

-Cariño...- dijo mamá entre sollozos.

Mi hermano no dice nada, solo la abraza como si fuera su bote salvavidas, como si fuera el único pilar al que podía aferrarse. Sus ojos claros estaban inundados de tristeza y desolación. Él se fija en que estoy despierta cuando pasea la vista por la minúscula y fría habitación, y sin pensarlo dos veces se aferra a mí como si tuviera miedo de que pudiera irme en cualquier momento, como si me fuera a evaporar sin previo aviso y yo también me fuera a esfumar de su vida. Poco después, un médico aparece en el umbral de la puerta y me cuenta lo sucedido tras mi pérdida de conciencia. Al parecer un hombre que pasaba por allí vio el desvío que nuestro coche había provocado al salirse del arcén y llamó a la ambulancia, un hombre que iba borracho conducía en sentido contrario y chocó con nuestro coche sacándolo del asfalto. Mi padre murió en el acto, cuando llegaron los médicos no pudieron hacer nada por él, presentaba varias contusiones, chocó tan fuerte contra el volante que le rompió varias costillas, una de ellas perforando el pulmón izquierdo, éste se encharcó de sangre y murió, según el forense, en cuestión de minutos. Mi hermano Owen llegó al hospital con el pulso débil pero vivo, con una pierna rota, el brazo lleno de sangre tras haberse clavado un gran cristal de su ventanilla, pero perdió mucha sangre entre la espera a la ambulancia y el trayecto de ida al hospital, necesitaba una transfusión de urgencia, los médicos hicieron todo por él y sin embargo, su pequeño y bondadoso corazón no pudo sobrevivir; según los médicos luchó hasta el final. Y luego estaba yo. Me encontraron inconsciente, con varias heridas leves en el brazo izquierdo, un corte en la ceja y un gran golpe en la cabeza que se mostró ensangrentado; me hicieron pruebas para descartar alguna conmoción y estaba bien, todo lo bien que puedes estar después de ese tipo de accidentes. Tenía el cuerpo entumecido y dolorido, apenas tenía ganas de levantarme de la cama o seguir respirando, mi madre decía que tenía que ser agradecida y que fue un milagro que al menos yo hubiera sobrevivido. Yo no estaba de acuerdo con ella.

Una curiosa filosofía de vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora