23. La mirada.

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Los días pasan con monotonía. A diferencia de los días de estancia en el campus, en vez de salir a correr en las mañanas, me quedo remoloneando en la cama, huyendo del frío que azota a Oregón en esta época del año. Desayuno en casa con Jhon y mi hermano Luka, con el que más tarde voy al gimnasio de la ciudad a entrenar boxeo y algunas maniobras de defensa personal, junto con una sesión de cardio. Luego, tras los entrenamientos y las burlas de mi hermano diciendo que he perdido resistencia, me ducho en el gimnasio y me arreglo para ir a comer con Jean y Lili en el restaurante de Jean. Mentiría si digo que Lili no ha vuelto a sacar el tema de Nick, pero por lo menos no ha vuelto a presionarme para hablar de ello, solo hemos hablado de ello de forma superficial, algún que otro comentario aislado en el que Lili me dejaba saber que debía hablar con él y no tener miedo de arriesgar. Solo hemos hablado de ese tema cuando teníamos algún momento a solas, y ella me dejaba mi espacio. Después, tras haberle insistido a Jean para pagar nuestra comida y él negarse rotundamente alegando que invita la casa, paso por casa para soltar las cosas de deporte en mi habitación. En la habitación, cojo mi mochila con mi libreta de ideas y un estuche con algunos útiles para escribir. Agarro un jersey gordito para aislarme del frío del sitio al que me dirijo. Salgo de casa y emprendo una caminata hasta la playa más cercana, allí me quedo el resto de la tarde, paso unos minutos hablando con Scott y Cris, y el resto del tiempo lo empleo en escribir en mi libreta, releyendo y arreglando una historia que empecé a escribir hace un año y que dejé a medias cuando me fui a la universidad.

Sin embargo, la monotonía se ve interrumpida el último día del año, el 31 de diciembre en la mañana me despierto temprano y salgo a la calle a pesar del frío que me cala los huesos. Me maldigo en mi fuero interno por no haber cogido una sudadera más apropiada para las bajas temperaturas y me pongo a dar vueltas por la ciudad. No sé qué es lo que me ha llevado a romper la monotonía justo hoy, pero algo en mí me impedía quedarme más tiempo en la cama y me pedía salir. Rebusco en mis bolsillos para encontrar el dinero justo para comprar un chocolate caliente en una cafetería cercana. Me siento en un banco del paseo marítimo, a tomarme mi chocolate, tranquila, respirando el olor a sal procedente de la cercanía al mar. Cuando me termino el chocolate, me impulso a levantarme del banco y comienzo a caminar. Tras comer en un puesto de perritos calientes recorro las calles, recordando todos los momentos que pasé en aquella cuidad. Los recuerdos empiezan a salir a la luz, uno tras otro, desde los momentos de mi infancia con mi padre y mis hermanos, las noches cenando en familia el día de Nochebuena, el accidente, Allan, cuando me escapé de casa y me quedé con Allan, las peleas y las palizas,... Mis pies comienzan a andar solos, guiando mis pasos al sitio donde algo en mí hizo clic, donde decidí que era el momento de pedir ayuda. Mis pasos se frenan a unos pocos metros de un parque infantil, está tal y como lo recordaba en lo más profundo de mi cabeza para que nadie pudiera lastimar ese recuerdo. Hay una pequeña plazoleta con bancos de madera pintados con diferentes colores donde los adultos pueden sentarse mientras que sus hijos pequeños pueden disfrutar de una tarde subiendo un pequeño rocódromo, riendo en el tobogán o balanceándose en uno de los columpios. Me acerco al columpio de la izquierda y me siento, como años atrás hacía. La diferencia con la última vez que estuve aquí es que no estoy llorando ni sangrando, que ya no me siento tan perdida y rota al mismo tiempo, que los recuerdos aún palpitan de dolor, pero estoy aprendiendo a sobrellevarlo.

Los recuerdo se hacen más presentes y vívidos:

Allan y yo llevábamos saliendo desde que acababa de cumplir 16. Él tenía un año más que yo. Estábamos en la misma clase, ya que él repitió. Apenas hacía un año de la muerte de mi padre y de mi hermanito, yo no estaba pasando por mi mejor momento, mi madre estaba tan enfrascada en su trabajo que no se daba cuenta de que me estaba ahogando, y Jean estaba en Italia cerrando un trato con un proveedor. Un día, Allan se acercó a mí en un recreo y poco después me pidió salir. Al principio todo iba bien, él se preocupaba por mí, me escuchaba y me apoyaba. A Lili no le hacía mucha ilusión que empezáramos a salir, pero yo no le hice mucho caso y continué quedando con Allan. Él fue mi primer novio. Con el paso de los meses, la relación con mi madre ya era casi inexistente, y en el aniversario de la muerte de mi padre y mi hermano tuvimos una discusión enorme, los gritos se escuchaban incluso en Marte, y yo, con mi impulsividad adolescente, dejé el instituto y me fui de casa. Le pedí a Allan quedarme con él en su pequeño y feo apartamento. Las peleas ya eran constantes en nuestra relación desde antes, pero desde que me mudé con él, las peleas se intensificaron y en más de una ocasión llegaron a las manos.

Una curiosa filosofía de vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora