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Durante toda esa semana, Seunghyun no abandonó la casa más que para ir al trabajo, el mismo tiempo que yo no podía esculcar sus cosas porque también estaba en la consultora. Aunque Chanyeol un día me había ofrecido, sorpresivamente, su tarjeta de crédito para mi uso completo, no podía darme el lujo de no trabajar. Era el único método para escapar de mi atosigante marido y de la locura que representaba quedarme en esa casa haciendo nada. Al menos en el trabajo me sentía útil, aun cuando mi jefe me gritara por casi cualquier cosa. Los chismes de oficina también eran muy entretenidos.

Ahora, siendo viernes por la tarde, después del trabajo, llegué a la cárcel donde tenían a mi 'peligrosísimo' cuñado. Temblaba de miedo.

¡Demonios, estaba tan blanco como un papel! Y yo ya era blanco.

Mi corazón corría tan rápido que en algún momento saltaría de mi pecho y me dejaría a mi suerte. Lo vería marcharse lejos, desapareciendo entre el resplandor del sol mientras yo me desplomaba hacia atrás ante su ausencia.

Estando tan mal, física y psicológicamente, ¿cómo esperaba que el policía no me enviara a una celda de máxima seguridad por ingresar un revolver?

Oh, Dios, por favor, ayudame.

—Nombre —gruñó.

—B-Park Baekhyun.

—¿Nombre del reo?

—Park Chanyeol.

—Ah, eres su esposito —masculló con burla.

Me llevó a una sala apartada para toquetearme, y en ese punto, ya llevaba medio rosario rezado. Mi madre estaría orgullosa y Sor Hanna por no haberme olvidado de cuántos Ave Marías debía rezar. Claro, a ellas no les pondría particularmente orgullosas que me acordé de la religión, y del larguísimo rosario, cuando estaba cometiendo un crimen.

Sus manos pasaron por mis hombros, luego bajó a mi cintura donde la estrechó en demasía. Cuando se vio satisfecho, posó sus manos en mi trasero y repitió sus acciones, yo le gruñí, aunque ello solo le causó gracia, mas no apartó sus regordetas manos. Entonces empezó a tocar mis piernas. Él debió sentir mis temblores, porque me miró con curiosidad y puso más empeño en la requisa.

"Dios, si estás ahí, si no te has olvidado de mí, salvame", lloriqueé.

—Ya es suficiente —conseguí hablarle duro.

—Eso lo decidiré yo, ¿o tienes mucha prisa?

—Pues sí, no he visto a mi esposo en dos semanas —musité y luego con poca vergüenza añadí—: me hace falta.

Él chasqueó la lengua, pero se alejó, y yo no pude agradecerle lo suficiente al cielo por librarme de que él tocara solo un poco más arriba de mi pantalón negro recto, mi suéter delgado color blanco bajo el abrigo gris no detuvo el tacto de esas manos heladas.

Inmediatamente me llevó a la habitación conyugal. Casi corrí dentro, y una vez ahí me recosté contra la puerta, dando largos suspiros. Me había salvado, solo por ahora, pero era un avance. Un pasito a la vez, me repetía en la cabeza mientras mis labios murmuraban agradecimientos al cielo veces seguidas.

—¿Agitado, pastelito?

—Te odio tanto, Park —refunfuñé cuando abrí los ojos y lo vi sentado en la cama, viéndome con burla—. Juro que si tengo que hacer otra vez esto-

—Te recompensaré, esposito.

Lo miré ceñudo, pero no pude alegar nada cuando me sonrió de esa forma tan..., suya. Dura y malvada, con ese toque de perversidad.

SIN SALIDA (Chanbaek)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora