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No me había acercado a Chanyeol desde aquel día en las duchas. Aparentemente nos estábamos repeliendo mutuamente. Yo porque él me lo había pedido para poner tensión sobre el asunto y evitar ciertos comentarios acerca de nuestra cercanía. Él lo hacía por un falso orgullo ya que lo golpeé en público. Cómo si no me lo hubiese pedido.

Sin embargo, la situación supuso por sí misma un caos. En la cárcel ya se comentaba sobre mi ingreso. Las preguntas volaban en el aire aún si nadie me lo había consultado directamente.

Otros se preguntaban si yo me convertiría en la puta del jefe. Yo sabía la respuesta ya, aunque me avergonzara. Pero eso causó cierto furor y un sentimiento de alejamiento hacia mí. Lo agradecía. No había tenido que huir de pervertidos ni de evitar los puños de hombres toscos.

Que nadie se me acercara me gustaba porque eso implicaba menos problemas en mi vida de los que ya tenía.

Ahora mismo en el comedor estaba con mi bandeja de comida horrible y poco atrayente. Creo que era puré de patatas con algo de carne, la que yo creía bien podría ser de rata. Ugh. Solo de pensarlo se me revolvía el estómago.

Debería darle unas clases a ese cocinero.

Caminé encogido y con miedo por ese angosto corredor entre las mesas, no viendo a nadie, como si ello m convirtiera en invisible. Pero ignorar al resto no significaba que ellos harían lo mismo. De hecho, podía sentir claramente la fuerza de esas miradas chismosas sobre mi cuerpo. Un repelús me recorrió el cuerpo como un fuerte sacudón.

Mis ojos se movieron hacia los lados y se encontraron con aquellos reos que no dejaban de barrer mi cara, algunos sonriendo de forma tosca, y otros relamiéndose los labios.

¡Auxilio!

¡Ah!

De pronto tropecé, mis pies se enredaron entre sí, o con algo, y fue a dar al piso. Mi bandeja, lamentablemente, cayó sobre el cuerpo de alguien más. A saber quién sería.

Mis muñecas tronaron al igual que mis rodillas.

Hubo un silencio y luego un gran jadeo.

¡Demonios! Eso no podía ser bueno.

Alcé la mirada, con el miedo arraigado en mis ojos, y me encontré con un oso. Un hombre enorme, de brazos toscos, fornidos y cubiertos de bello; su rostro casi no podía apreciarse correctamente tras esa barba espesa color negro.

El hombre estaba bañado en ese puré horrible y de jugo.

¡Dios bendito!

Me puse en pie rápidamente y me alejé varios pasos.

—Perra —rugió el hombre. Bruscamente se levantó de la mesa, tirando los platos y cubiertos sin cuidado; se dio vuelta y dio un paso hacia mí.

¿Acaso no habíamos acordado, Dios, que no me meterías en problemas? ¿Qué parte no fue clara?

Oh, Señor. Quise llorar.

—Corre, perra estúpida, si no quieres morir.

Lo hubiese hecho, lo juro, pero la puerta del comedor estaba cerrada y... ¿A quién engaño? Estaba petrificado de miedo.

—L-lo siento —balbuceé—, no fue mi intención.

—Me tiraste la comida encima.

—Me tropecé.

Pero como si a él le importara.

Me tomó del cabello duramente, clavando sus dedos en mi cuero cabelludo. Ugh, sus uñas duras me rasparon la piel y me hicieron chillar.

SIN SALIDA (Chanbaek)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora