HAUNTED TOWN #9

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EVOCACIÓN
Sorbo el consomé que el joven me ha preparado , no es el más delicioso que he probado sin embargo, su sabor me resulta agradable. Cuando termino de cenar, mi fiel cuidador, se despide de mí hasta el día siguiente. Me quedo sola en el sofá. Llevo mi pijama beige con libélulas blancas y, sobre las piernas, tengo una manta azul acolchada, de líneas perpendiculares que formaban infinidad de cuadros.

Estoy aquí toda la tarde y el ramo, de la mesita de la entrada, aún no ha cambiado. Cierro los ojos durante unos breves instantes. Al abrirlos, efectivamente, las flores son frescas, distintas. Lo curioso es, que no he escuchado ruido alguno. Inspiro el olor de las azucenas anaranjadas que, se esparce por todo el salón y llega hasta mis orificios nasales. Ya no me causa miedo o sensación alguna, sencillamente, disfruto del detalle diario. De su belleza, colores y aromas.

              He estado dos semanas enferma en la cama. Cogí neumonía el día que la fuerte tormenta me caló  hasta las braguitas. Flageló mi cuerpo con sus desmesuradas gotas y  los duros granizos que, parecían huevos de codorniz. De regreso caí al suelo en contadas ocasiones por la ventisca, el barrizal y las hierbas que enredaban mis pies. No intenté cobijarme bajo ningún árbol.  Porque los constantes rayos parecían,  verdaderamente, un festival de fuegos artificiales. Se sucedían de forma frenética y tan, tan rápidamente que se veía mejor, que en pleno día soleado.  Tampoco encontré casa  alguna,  granero, ni nada donde pudiese resguardarme del aguacero.  Sentía mucho frío, no dejaba de tiritar y, lo último que recuerdo,  es haberme apoyado en una piedra grande, que encontré a mi paso. Cerré los ojos y me cubrí la cabeza con los brazos, intentando esquivar los golpes de las canicas blancas, con las que el cielo jugaba.

               Días después, cuando desperté estaba en el dormitorio y un inesperado joven cuidaba de mí. Era Thomas. El muchacho me encontró, por casualidad, después de pasar la tempestad. Me llevó a casa y cuidó de mí. Llamó al doctor, fue hasta el pueblo para comprar los medicamentos. Y no se separó de mi lado hasta que no recuperé las fuerzas necesarias para ser autónoma, nuevamente. Durante estos días hemos conversado largamente y me ha comentado ciertos aspectos del pueblo de los que yo no me había percatado. Por ejemplo, que no hay ancianos o que,  los niños apenas sonríen.

He recapacitado sobre ello, en las horas que estaba a solas. Y, he recordado el viaje en autobús que hice cuando ocurrió el robo. Iba observando por la ventanilla y efectivamente no vi a ninguna persona mayor faenando en las pequeñas huertas, ni  tampoco, niños correteando por los extensas praderas. En esos momentos, no reparé en el ambiente luctuoso de aquellos habitantes. Posiblemente porque yo estaba peor aún que ellos.

No pude evitar, en esos instantes, que un determinado día viniese de vacaciones y se alojase en mi cerebro. Un día increíblemente dichoso, para mí. Llevaba una semana de retraso en la menstruación y decidí ir a la farmacia y comprar una prueba de embarazo. No deseaba regresar a casa así que, me fui a una cafetería y en el aseo la hice. Mientras esperaba el resultado, me senté tranquilamente a beber un té. Una fina llovizna comenzó a caer. Observaba a la gente continuar con su rutina a través de los cristales.

Cuando transcurrió el tiempo fijado miré la prueba y sonreí. Cerré los ojos e instintivamente llevé mis manos a mi abdomen. Allí, había empezado a funcionar la fábrica de células que darían lugar a mi futuro hijo. Una grata y, al mismo tiempo inquieta sensación, me abrazó. ¿Sería buena madre? ¿Estábamos Kenner yo en el mejor momento para afrontar esta situación? Me asaltaron esta y otras muchas más incógnitas. Sacudí la cabeza. No iba a permitir que el mágico momento fuese destronado.

La lluvia había cesado. Pagué y salí a la calle. Al lado de la cafetería había una joyería donde un objeto, que no una joya, captó mi interés. Un estuche azul con forma de chupete. Parecía de terciopelo con un lacito azul más oscuro. Sin pensarlo llamé al timbre y entré. Cuando pregunté qué costaba el estuchecito , la dependienta me miró extrañada. Sin embargo, pareció adivinar mi estado y me sonrió con ternura. Yo me sonrojé. Entonces la señora tomó una cajita blanca de detrás del mostrador y me la entregó. Cuando saqué el móvil para pagar me negó con la mano y me deseó que todo fuese muy bien.

HAUNTED TOWN.  #PV2024        #PGP2024.  #sdo24Donde viven las historias. Descúbrelo ahora