HAUNTED TOWN #25

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CONFUSIÓN

Fueron pasando los días, las semanas y esa euforia se fue calmando. Y  diría  aún más, no solo sé fue  calmando sino también, desapareciendo. Y Hari distanciándose.

         Cada vez se iba más a menudo y tardaba más en regresar. Las respuestas que  daba ante mis preguntas era que, se había encontrado con un compañero de viaje. Dicho compañero le pedía ayuda y, como compatriota, no podía negársela.

       Hasta que una semana regresó cabizbajo. Nada más verle supe que algo serio había sucedido. Me tomó ambas manos con las suyas y me miró a los ojos. Con voz apesadumbrada me informó que había un hombre que le pagaba unos peniques por conseguir madera.

El corazón se me encogió. Eso significaba que se marcharía de casa. Noches sola. Todo el trabajo  para mí. Y, por encima de esas excusas,  debía aceptar que lo nuestro había llegado a su fin.

      Hari, con sus medias frases y falta de conexión entre ellas, desplegando  una dicción confusa y vacilante me explicó que no quería ser una carga para mí. Necesitaba aportar al hogar. Ser él, el que me alimentase a mí y no al revés.

      Toda yo presagiaba que era una despedida. El abandono no sabía si sería de forma inminente o pausada. Era algo que en esos instantes no tenía nada claro pero, que salía de mi vida, salía.


         Sus lacrimales se desbordaron. Besó mis manos, mis dedos. Me abrazó con fuerza mientras se lamentaba por alejarse de mi lado.  Tomó mis labios con arrepentimiento. Acarició mi cabello. Permanecimos unidos largo rato.

        No despegué los labios en ningún momento. Mi mente se debatía confusa en la dirección a seguir.  Y, cuando finalmente me soltó, depositó un beso en mi frente. Sus labios susurraron un adiós muy suave. Y se alejó sin  volver la vista atrás.

        Mi boca continuó sellada. Mis pupilas le observaron caminar. Sus movimientos eran apresurados. Su espina dorsal se torcía hacia la izquierda al andar,  lo que me indicaba que sentía remordimiento. Desapareció al internarse en el bosque.

        Largo rato después, cuando las piernas se manifestaron por la quietud continuada, anduve hasta una piedra y me senté sobre ella.  Recapacité en lo que acababa de ocurrir.   Sinceramente no me había tomado por sorpresa. Se estaba produciendo un cambio en la relación, convivencia o, lo que fuera que estábamos viviendo. 

         Distanciamiento, desgana, monotonía, desencanto o un compendio de todo.  Desde hacía unas semanas no aguantaba mi mirada, el silencio se sentaba con nosotros a la mesa, se encogía de hombros como respuesta...

        La cuestión ahora era si realmente había tomado la mejor decisión. O por el contrario, fue errática mi forma de actuar. Debía haberle contado que no tenía el periodo desde hacía dos meses.

      No, había hecho lo correcto. Me respondí  totalmente convencida. Un hombre, rectifiqué, un cobarde que no es capaz de decir lo que verdaderamente sucede no se le paga con la verdad. Quién no tiene  agallas para despedirse y se excusa en un trabajo no merece saber que va a tener descendencia. O ¿sí?

       Unas manos sobre mis hombros me sobresaltaron. Mi madre deslizó suavemente las palmas a lo largo de mis brazos y apoyó su mentón en mi  cabeza.  Besó mi pelo.  Me envolvió en su ternura.

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