HAUNTED TOWN#31

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LA CULPA

         Mi cuerpo me decía algo. Algo muy desagradable que no deseaba averiguar. Algo que no me dejaba sentarme, trabajar, cocinar... No podía hacer nada de nada.

Salí a caminar intentando desechar las sensaciones que me impedían vivir. Encontré un día frío, nebuloso, apagado, gris. Mis pies avanzaron sin ser dirigidos por mi cerebro. Se adentraron en el bosque de alerces. Lo cruzaron hasta llegar a un claro donde un gigantesco roble me atrajo hacia su grueso tronco.

Me detuve ante él. Me vi pequeña, insignificante, perdida en su inmensidad. Mi cuerpo comenzó a temblar. Un temblor interno. Era algo verdaderamente desagradable y destructivo. Me sentía flaquear, desfallecer.

El crujido de una rama me hizo mirar hacia mi derecha. Mi boca se abrió descontrolada. Alejé de mí el cansancio y me obligué a correr hacia la muchacha que acababa de lanzarse desde lo alto de una gruesa rama con una soga atada a su cuello.

Se tambaleaba en el aire cuando llegué hasta ella.  La sujeté por las muslos con ambos brazos y la elevé. Miré para cerciorarme que la cuerda no la asfixiaba. Mis ojos se abrieron desmesuradamente al ver la cara morada de Ivy.

Apreté aún más sus piernas a mi pecho y la sostuve haciendo un gran esfuerzo. Pero no podría resistir mucho más tiempo así. Y ella no estaba en condiciones de cortar o desatar la cuerda. La vida de Ivy se me escapaba de las manos. Era momento de actuar.

Cerré los ojos, inflé mi cuerpo de aire. Lo mantuve en mi interior unos segundos y mentalmente creé una fuerza que dirigí a mis ojos. Al abrirlos concentré mis pupilas en la cuerda por encima de su cabeza.

         No dejé de mirar fijamente hasta que cada una de las minicuerdas  que conformaban la gruesa soga se rompieron y todo el peso femenino recayó sobre mí.

       Mis espaldas chocaron bruscamente contra la tierra e Ivy me aplastó. Superado el golpe la hice a un lado para incorporarme y asistirla. Permanecía inmóvil, la cara muy pálida. Los labios morados.

   Primero debía reponerme yo para poder ayudarla a ella. Cerré los ojos e hice varías inspiraciones reconfortantes, restauradoras.  Sintiéndome algo mejor la miré. Su rostro no mejoraba. Me puse de rodillas junto al cuerpo bajo el imponente árbol. 

       Recité el conjuro que mi abuela me enseñó para que los elementos naturales te diesen parte de la fuerza que poseen.

       Gran árbol poderoso
préstame tu fuerza
que junto a la mía
devolvamos la vida
a lo que se muestra
inerte y perezoso.

Mientras suplicaba a la naturaleza mantenía  los brazos en alto, al terminar la retahíla los bajé juntando las palmas de las manos junto a mi pecho. Posteriormente  coloqué la izquierda en su garganta, justo encima de la marca que la soga había tallado en su cuello. Y la derecha, encima de su corazón.

     Que la naturaleza
te reanime.
    Que la fortaleza
te avive.

       El pulso de Ivy se mostró muy débil. No moví mis manos ni un milímetro hasta un rato después de que los latidos de su corazón se hubieron estabilizado. Poco a poco recobró el conocimiento.

      Cuando abrió bien los ojos y reconoció en mí a su enemiga, Ivy hizo el amago de incorporarse de inmediato. De apartarse de la proximidad de ese ser despreciable al que tanto odiaba. Sin embargo,  su cuerpo dolorido le impidió hacerlo con la rapidez requerida.

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