EL ENCUENTRO
Llevaba el vestido atado a la cintura. Con un cinturón de tallos de lino que yo misma había trenzado. El faldón mostraba algún que otro remiendo. Sin embargo, era el mejor que tenía. Iba camino del poblado con el hacha y el mástil del azadón.
Andaba de prisa porque no quería que se me oscureciera al regresar. La oscuridad nocturna era un reclamo de asaltantes y ladrones. Sobre todo, al cruzar la masa boscosa.
Esta vez mamá se había quedado en casa. Yo tenía más ágiles las piernas y menos dolorida la espalda, para cargar con los aperos hasta el pueblo.
No obstante me costó mucho conseguirlo. Tuve que escuchar una y otra vez sus protestas. El miedo que le generaba que anduviese sola por el bosque. Los peligros que acechaban a una joven solitaria.
Necesitaba visitar al herrero para afilar el hacha y comprar una hoja de acero que ajustara con el mango que cargaba. Ya que la antigua estaba totalmente desgastada y ya no servía para la huerta.
Al media mañana llegué al tumulto de la pequeña villa. Las mujeres de los pescadores remendaban las velas de los barcos. Un pequeño mercadillo estaba en una explanada. Los mercaderes ofrecían a voz alzada sus productos. Telas, salazones, verduras, conservas, calzado...
No me detuve, aunque me llamó bastante la atención las telas de vivos colores. Pero debía apurarme y encontrar la fragua. Las calles estaban embarradas. Un hedor emanaba por todos lados.
Los caballos iban y venían. Unos, solo con jinetes y otros, con carros desvencijados o carrozas. No me gustaba esa concentración de gente. Prefería mil veces la soledad de la pradera.
Escuché los martillazos del herrero que me guiaron hasta encontrarlo. Un hombre corpulento, barbudo y barrigón me atendió. Estaba sudoroso por el calor del fuego donde fundía el hierro. Tomó el mango y el hacha y me dijo que regresara en hora y media.
No sabía qué hacer. Comencé a andar y mis pasos me llevaron hacia el mercadillo. No debía ir, ya que no disponía de dinero para comprar nada. Claro que no sabía dónde pasar el tiempo que tenía que esperar.
Anduve entre los puestos. Sin acercarme demasiado. Simplemente paseaba por el centro. Llegué al puesto de las telas. Un dolor fuerte se apoderó de mi pecho. Me detuve y llevé mi mano a la zona dolorida. Respiré despacio y profundo para intentar calmarme. Pero el dolor persistía.Unos ojos me miraron. Mi corazón se detuvo por unos breves instantes. A pesar de llevar diez años sin verla. La reconocí de inmediato. Ivy me miraba de arriba, abajo. Despectivamente. Como siempre lo hizo.
Su traje vaporoso. De seda. Proveniente de los cargamentos que traían los barcos procedentes de la India. De colores cálidos y suaves. Resaltaban su piel blanca. Las líneas de su cuerpo se habían pronunciado. No se podía decir que era bella. Pero resultaba agradable de mirar.
Ivy volvió los ojos a la vendedora que extendía entre sus brazos una linda tela verde oscuro con un delicado estampado. Aproveché para escabullirme y abandonar el mercado. Anduve por una callejuela estrecha. Allí el olor era aún más pestilente. No solo encontré las cacas de los caballos. También habían pescados putrefactos. Cubrí mi nariz hasta abandonar aquel callejón.
Salí a una plaza donde, al parecer, se subastaba el pescado. Gatos, perros, ratas y otros animales convivían o se devoraban entre ellos. Aceleré el paso hasta salir a una zona menos poblada. Las chozas estaban más distantes. Se respiraba bastante mejor.
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HAUNTED TOWN. #PV2024 #PGP2024. #sdo24
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