HAUNTED TOWN #20

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                                                                       HARI
Mamá se encontraba algo débil. Lo vi normal después de la muerte de Darcy. Además, también había que reconocer que mamá tenía ya cuarenta y siete años. Y había trabajado muy duro a lo largo de toda su vida. Le tocaba bajar el ritmo.

           Así que agarré la cesta de mimbre y fui sola hasta el huerto para recolectar las cerezas y peras que hubiesen maduras. Debía hacerlo a diario o de lo contrario se caerían al suelo o  se las comerían los pájaros.

Mientras caminaba en una mañana gris, pensé que me alegraba mucho el que madre e hija hubiesen conseguido confesar sus sentimientos y comprenderse la una a la otra, antes de la separación definitiva.

Con este pensamiento decidí dar una gran rodea y llegar hasta el acantilado. Me apetecía andar y admirar el mar. Crucé la espesa masa de árboles. Entre sus ramas se filtraba la bruma, oscureciendo y dando un aspecto sobrecogedor al bosque.

       Llegué al precipicio y me senté en su borde, con las piernas colgando. Me resultaba atrayente observar el bamboleo de las olas. La vehemencia con la que espoleaban a las rocas. Las hordas de espuma que levantaba el viento. El sonido repetitivo.
   
            No quería retrasarme mucho así que me incorporé y oteé al frente. Fue en ese instante cuando me di cuenta del barco que había atracado en la parte izquierda del acantilado. Semioculto  entre una pared de roca.

            Imaginé que vendría de muy lejos. Y posiblemente el joven que vi, habría viajado en él. Muchas preguntas me vinieron a la mente. ¿Cuál sería su procedencia? ¿Por qué habrían arribado en esa pequeña península?  ¿Que pretendía obtener de este lugar? ¿Cuánto tiempo se quedaría?

          Sacudí la cabeza y desvíe la mirada del navío. Sin embargo, instantes después me sorprendí otra vez mirando las altas velas desplegadas. La altura del mástil. Nunca había subido a ningún barco. Ni siquiera a la barcaza de mi padre.

          Los pensamientos volaron encima de un halcón llamado recuerdo. Vi a mi padre regresar del mar. Yo le esperaba en la orilla, junto a mamá. Salía corriendo y metía los pies descalzos en la agua fría. Papá me levantaba con sus brazos y me subía en sus hombros.

         Parpadeé y regresé al presente. Aquellos días felices se fueron para siempre. Al igual que mi padre. Debía hacer mi trabajo o mamá se preocuparía.

         Llegué al huerto y comencé por las peras. Llevaba media cesta llena cuando escuché una rama crujir a mis espaldas. Me giré con gran rapidez y me encontré cara a cara con el joven extranjero.

            Corría veloz como si huyese de algo o alguien y al verme se frenó en seco. Me indicó con el dedo sobre sus labios gruesos, carnosos que guardase silencio. Miró en todas direcciones y al ver las plantas altas de las coles se abalanzó hacia el bancal y se camufló tumbado en el surco entre los caballones.

            Un caballo al galope salió del bosque. El hombre que lo guiaba llevaba en la mano derecha una espada. Mi corazón comenzó a latir desconcertado.  Me aferré a la rama del peral instintivamente.

            El jinete se dirigió hacia mí y tiró de las riendas para detener al bello animal. Me preguntó si había visto a un indio, en un tono bastante violento. Me limité a asentir con la cabeza.

             Volvió a gritar, con gran impaciencia, para que le indicara donde se había metido. Alargué el brazo izquierdo y señalé el lago.  El caballero arrugó la frente incrédulo. Miró en la dirección que le indicaba.  Al no verle me preguntó desconfiado si se había metido en el agua. Volví a mover la cabeza afirmativamente.

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