EPÍLOGO
Despierto en el mullido colchón de mi nueva cama. He dormido profundamente. Sin remordimientos, ni ansiedad. Todo absolutamente todo, quedó atrás. Nadie aquí me conoce. Nadie me juzgará o mirará mal.
Salgo de un salto y comienzo a vestirme, canturreo mientras cepillo mi pelo y lo cojo en la nuca con una pinza. Miro por la ventana de madera. El sol resplandece en el firmamento.
Tomo un café y salgo a pasear. La mañana luce maravillosa, nada que ver con el despertar que tenía en Gloucester. Las burlas del vecindario, el desprecio de las compañeras de trabajo...
Todo ello, por creer en una persona que me mintió desde su primera palabra. Él era una gran y astronómica falsedad.
No era el músico incomprendido que se alejó de sus padres porque querían que se dedicara a la abogacía. Tampoco era el hombre solitario sin ser querido alguno, que le comprendiese y aceptase como era.
Le permití vivir en el pequeño apartamento que me dejó mi abuela al fallecer. Le acogí y no le cobré ni un centavo por el hospedaje y la manutención.
Yo trabajaba como limpiadora en un hotel de la ciudad. Entraba a las siete de la mañana hasta las tres de la tarde.
Cada madrugada, me despedía de sus brazos, entre los que me dormía después de gozar con su cuerpo y, marchaba dejándole dormido.
Supuestamente se dedicaba a componer las melodías que después interpretaba con el saxo. Su único compañero de vida. Hombre bohemio y sensible, adulador y melancólico. Me enamoró en el mismo instante que me miró con sus ojos grisáceos y me dijo que sería su musa perfecta.
Tras varias semanas sin componer una sola melodía, trinaba y lloraba por tener una crisis compositiva. Ahí estaba yo, la más tonta y crédula del mundo para consolarlo, para calmar su espíritu creador yermo, devastado por el abandono de su hogar y la incomprensión de sus padres.
Hasta que unos meses después, apareció su esposa y se lo llevó a rastras. Según le gritó a la cara, su hijos preguntaban por él.
La historia fue escuchada por todos los oídos de mis más y menos conocidos. También de los desconocidos que me señalaban al verme. Pensé que pasaría el chisme pero se aferró como un parásito a su hospedador.
Me convertí en alguien insignificante, estúpido. Me anularon por completo. Cada una de mis palabras o comentarios eran motivo de risas o sencillamente rechazados porque era yo quien los pronunciaba.
Las personas más cercanas a mi convivencia diaria, decidían por mí. Me exigían que hiciese lo que ellos me aconsejaban. Bueno, un consejo se toma o se tira, eso era una imposición en toda regla.
Hastiada de todo y de todos, renuncié al trabajo. Me encerré en casa sin salir apenas . Tan sólo a lo más necesario. Cabizbaja, iba por la calle como si pisara brasas candentes. Desoía las burlas y de nuevo me encerraba en mi cárcel privada.
Fue en esa época cuando retomé la pintura al óleo que mi abuela me enseñó desde pequeña. Ella era una gran aficionada. Los trazos con el pincel la evadían del mundo, curaban sus males, planchaban sus penas.
Me refugié en los lienzos, en los tubos de diversos colores, en las mezclas, en las formas y sobre todo en la figura de una bruja que pintó mi abuela y me regaló porque era mi cuadro predilecto.
Intenté que el arte de pintar vaciara mi corazón del dolor que contenía. Me aislé por completo del exterior. Tan solo, la conexión a Internet me mantenía ligada al mundo.
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HAUNTED TOWN. #PV2024 #PGP2024. #sdo24
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