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ABSOLUCIÓN
Un trueno da la voz de alarma. Pregona el fuerte temporal que se avecina. Una tempestad que levanta olas de muchos pies. La superficie marítima se encorvaba constantemente con movimientos acompasados, acordes con los vientos que dirigen tan vasto espectáculo.
Una centella ilumina la cueva, quebrando el universo. Provoca un quejido desgarrador en el firmamento que parece que va a desplomarse sobre la tierra.
Observo la escena sin inmutarme. Absorta en mis pensamientos. Estoy intentando aclarar, comprender lo que ha sucedido. He despertado en el suelo, en medio de la sala adyacente. Mis ropas están completamente secas. Por el contrario, yo estoy sudorosa.
Ha sido tan real lo que he visto que dudo que se trate solo de un sueño. No, no debe serlo. Me repito a mí misma. Durante el sueño no desaparece una herida. Y mucho menos, una del tamaño como la que había en mi brazo hace unas horas.
De nuevo, estoy sentada a la entrada de la cueva observando el mar. Su incesante movimiento me cautiva, me hipnotiza.
Mi cabeza está aturdida, embotada. No distingo lo tangible de lo irreal. Intento recordar, analizar las sensaciones tan sumamente extrañas y extraordinarias que he experimentado al ser traspasada por Keira.
El agua me salpica por cara y cuerpo. Llega hasta mí impulsada por la increíble bofetada que las olas propinan al acantilado. El vendaval arrecia. El océano acrecenta sus movimientos, totalmente enfurecido.
Un pequeño animalito aparentemente descontrolado, entra en la cueva. Sus alas son vencidas por la ventisca. No vuela él sino que a duras penas puede lograr no ser estampado contra las rocas.
Cae sobre el suelo muy abatido. Es ahora, cuando le reconozco. El mirlo azul está a escasos pasos de mí. Tiene sus plumas empapadas.
Pasa un ratito para que abra los ojos y se incorpore. Solo entonces, acerco una mano hasta sus patitas. Con movimientos lentos, torpes se sube en mis dedos.
Le pongo sobre mi muslo y seco su cuerpecito con mi chaqueta. Se sacude expulsando cualquier resto de agua que quedaba en su plumaje.
El cielo está cada vez más oscuro. Las gotas mojan mi cara nuevamente. Unas resbalan hasta mis labios. Saboreo la sal marina. Se entremezcla el agua de lluvia con la del mar.
Me levanto con el mirlo en mis manos y me adentro varios pies. Busco un lugar liso y me siento apoyando la espalda en la pared.
El pajarito se mete en mi cintura, entre la chaqueta y el suéter. Noto su cuerpecito helado. Está buscando calor. Y, lo ha encontrado.
