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FUEGO POPULAR Se acercaba la noche del cinco de noviembre. No era otra más sino, la Noche de Guy Fawkes. También conocida como la Noche de las Hogueras.
Se prenden grandes fogatas en los aledaños de las ciudades y pueblos, en memoria de la fallida Conspiración de la pólvora, de mil seiscientos cinco. Un complot ideado para asesinar a Jacobo I.
Guy Fawkes no forjó ni dirigió la hazaña. Trece, fueron los conspiradores que concibieron el plan de una escala sin precedentes, hasta entonces.
Pretendían volar el Parlamento para matar al Rey y desencadenar un levantamiento popular. La meticulosa planificación duró dieciocho largos meses. Para finalmente, quedar frustrada por el arresto de Fawkes.
Este hombre se hizo pasar por sirviente de Thomas Percy usando un seudónimo para poder deambular por el Parlamento sin levantar sospecha alguna.
El grupo de conspiradores empezaron a hacer un túnel hacia la Cámara de los Lores desde la casa de Thomas Percy. Para evitar ser detectados iban y venían por la noche.
En una bóveda Fawkes se encargó de meter y ocultar los barriles de pólvora. Él era el experto en explosivos y a él fue al que encontraron en posesión de fusibles y fósforos. Hecho este por el qué lo arrestaron.
Tan solo cuatro, de los trece conspiradores fueron ahorcados, arrastrados y descuartizados junto a la Cámara de los Lores.
Para celebrar la supervivencia del Rey Jacobo I, se le permitió al público prender hogueras por doquier. Y, así se continúa haciendo desde entonces.
Se enciende la oscuridad iluminando el paisaje con grandes fogatas. Son legales siempre y cuando se realicen con gran precaución y sin causar ningún daño o desorden. Sin embargo, en nuestro pequeño pueblecito, este año, sería la excepción.
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Había transcurrido una semana desde la visita de Ella a la cabaña. La advertencia que nos hizo no se nos iba de la cabeza ni a mamá ni a mí. Máxime porque las dos, en mayor o menor medida, intuíamos algo nefasto.
La joven bruja llegó la tarde que regresamos de la fonda, seguidas por el individuo de ojos raros. Los ojos que en varias ocasiones volví a encontrar al caminar cerca de casa.
Unos ojos grises, helados, que miraban con desprecio. Y no sabía por qué. Para averiguar, puse las manos sobre sus pisadas y descubrí que en toda la semana no se había alejado de los aledaños de nuestro hogar.
Ese hecho me preocupó bastante. No obstante, no conseguí percibí sus intenciones. Pero, la tierra tembló bajo mis manos indicándome el odio que me profesaba. Algo se me escapaba de la extraña situación. De dónde procedía tal inquina si yo no conocía a ese ser desafiante.
