HAUNTED TOWN #10

439 290 343
                                    

                                                        LA CASA  DEL ÁNGEL
           Después de dos semanas de cortos paseos hoy, una mañana soleada de brisa cálida, he decidido coger la bicicleta. Tengo la sólida aspiración de recobrar la forma física, perdida durante la convalecencia. Para ello me pongo una camiseta blanca de algodón y encima un chándal azul marino con dos franjas laterales, una azul celeste y otra blanca.

        En una mochila coloco una botella con agua, una bolsita de frutos secos y un pareo negro con cenefas naranjas. Bastante animada, dirijo la bicicleta hacia una dirección que aún no he husmeado con anterioridad. La parte norte de la cabaña. Pedaleo lentamente, recreándome en la naturaleza. Aunque, la observo con un sentimiento muy diferente al día de mi llegada. Aún así, disfruto de la libertad que proporciona ir donde deseas y cuando lo deseas.

Después de recorrer varios kilómetros, a través de pastizales y bordeando una minúscula laguna,  encuentro dos casas en el margen derecho. Separadas apenas por unas yardas. En la más cercana, una mujer tiende ropa. Su semblante taciturno, falto de ilusión. En la segunda vivienda, dos adolescentes apilan ramas y tacos de madera en una leñera. No muestran charla animada, risas o algarabía propia de esa edad. Serias, silenciosas, ni tan siquiera se miran. Cada una de ellas está inmersa en su tarea.

Lo que me comentó Thomas, sobre las gentes del pueblo, queda reflejado perfectamente, en estas tres mujeres. ¿Con los hombres será igual? Se me pasa por la cabeza. En ese preciso instante, un ruido llama mi atención. Un tractor se acerca por el mismo camino que  yo llevo, pero en dirección contraria.

           Me detengo y me orillo para permitirle el  paso,  ya que el camino   es algo estrecho. El tractorista, de mediana edad, al pasar junto a mí no me saluda, ni tan siquiera mira en mi dirección. Retraído, ceñudo, continúa su trayecto. Así,  puedo comprobar que, también los hombres están faltos de  alegría.

          ¿Qué ocurre en este lugar? ¿Por qué nada aquí, es normal? Lo más desconcertante, el ramo de flores que cambia a diario de forma mágica. También el vendedor ambulante que, semana tras semana desde el primer día, me ha traído mis productos predilectos como si fuese adivino.

              Los amantes que desaparecieron, el anciano que no pude detener y se dejó caer al acantilado, el bebé que se deslizó de mis manos y se adentró en el agua teñida de rojo, como un pez. El padre de Thomas huyendo de mí como del mismísimo diablo, el árbol que me atrapó, la mujer que apareció colgada y se transformó en ave. No entiendo nada, absolutamente nada.

Continuo pedaleando con el sol calentando mi espalda y la leve brisa jugando con mi pelo. Una bifurcación sale a mi izquierda y decido continuar por ella, en un sosegado y placentero paseo durante el que mi cerebro no deja de divagar. ¿Por qué no he podido escribir ni una sola palabra en mis novelas? ¿Está relacionado con la situación que estoy viviendo? 

           Una casa de dos pisos me sustrae de los pensamientos. Aparece entre los árboles. Es de un color rojizo,  algo oscuro. En la entrada tiene columnas sujetando un pórtico.   Rodeada de hectáreas de jardín, con árboles grandes, plantas y césped. Una  verja negra  impide la entrada. Me paro para contemplarla. Es la más señorial  que he visto hasta ahora, en toda la península. En la parte superior creo ver que se mueve una cortina. Me quedo mirando fijamente y consigo distinguir una silueta femenina que me observa a través del ventanal.

Disimulo, girando la cabeza a mi izquierda. Al otro lado, justo enfrente de la mansión, hay un Ángel de piedra a tamaño real. Ósea, que mide alrededor de un metro  setenta y cinco u ochenta centímetros. Tiene las alas semiabiertas y las manos cruzadas sobre el pecho. Su expresión es de tristeza. Algo, en ese lugar me inquieta. Consigue erizar mi bello. Vuelvo otra vez a mirar a mi derecha. La casa me intimida y no entiendo la razón. La silueta de la ventana continúa ahí. Pongo el pie en el pedal y me alejo de allí con la sensación de llevar clavados los ojos, de la persona del ventanal, en mi nuca.

Avanzo dos o tres kilómetros más,  por verdes praderas y arbolado diseminado. Me paro porque tengo sed y estoy fatigada. Cojo la botella y al beber siento el agua fresquita resbalar por mi garganta. Me apetece descansar, miro a mi alrededor y compruebo que no hay casas a la vista.

        Entonces es el lugar perfecto. Saco el rectángulo de tela y lo tiendo en el suelo, también la bolsita con los frutos secos. Me siento y empiezo a comerlos. Cuando no quiero más me dejo caer boca arriba. Observo el cielo azulado, algunas nubes blancas de cabezas redondeadas como espuma de afeitar, al salir del bote. Cierro los ojos e inspiro profundamente.  La paz es total.  Pero la turbación, que ha despertado la casa del Ángel, no me abandona.

            Al cabo de un rato tengo la sensación de que se escucha algo, además de los ruidos de la naturaleza, ya sabéis: pájaros, el viento en las ramas de los árboles. Abro los ojos, me incorporo y miro en todas direcciones. No hay nada, ni nadie en muchos metros a la redonda.

           Vuelvo a recostarme y presto mayor atención. Cierro de nuevo los ojos para intentar agudizar mis oído. Me da la sensación que suenan unos golpes. Como si alguien llamase a una puerta. Me incorporo otra vez, intranquila. Vuelvo a observar a mi alrededor. Solo diviso los herbazales, no hay ni una pequeña cabaña. Es imposible que esos golpes los provoque un pájaro carpintero o, cualquier otro animal sobre el tronco de un árbol, por que no hay ninguno. Solo se ven pequeños arbustos de delgados tallos.

          Levanto las rodillas y las rodeo con mis brazos. Así, en esta postura bajo los párpados para escuchar de nuevo. En un rato no oigo nada de lo que he creído escuchar antes. Eso me tranquiliza bastante. Debe haber sido la posición. Al estar tumbada, quiero, necesito darle una explicación. Toc, toc. Vuelvo a escuchar los golpes, esta vez con mayor nitidez.

         Un  escalofrío recorre todo mi cuerpo. Me levanto de prisa, recojo y sacudo el pareo. No me molesto en doblarlo. Lo introduzco arrebatada en la mochila y también la bolsita con los frutos que han quedado. Recojo la bicicleta del suelo y me pongo a pedalear de regreso.

              Sé que voy a pasar de nuevo frente a la casa grande y eso me produce a la vez entusiasmo y  pavor. Cubro los kilómetros que me faltan cuan veo a mi derecha los jardines con la casa en el centro. Al pasar frente a ella no puedo evitar detenerme. Mis pupilas se dirigen al ventanal del segundo piso y no hay cortinas. Tampoco veo figura o silueta alguna. De repente caigo en la cuenta. Me quedo boquiabierta. Miro a mi izquierda y veo el Ángel. ¿Cómo es posible?

          Comienzo a pedalear y cuando he dejado atrás casa y jardines, freno. Me bajo de la bicicleta, la levantó y la coloco justo en la dirección contraria. Ahora me dirijo otra vez hacia la casa, subo y le doy a las piernas. En pocos minutos estoy otra vez frente al edificio. Y, otra vez, la tengo a mi derecha  y el Ángel queda a la izquierda. Repito la misma acción. Me adelanto unos  doscientos pies y vuelvo a cambiar la dirección. Conforme me voy acercando sigo teniendo la casa a mi derecha y el Ángel a la izquierda.

              No puedo explicar el desconcierto que me invade. Al que, por otro lado, ya debía estar acostumbrada. Pero, no es así. A estas cosas tan extrañas es imposible acostumbrarse. Al menos yo. Quedo pensativa y finalmente decido darme la vuelta, ósea  variar la dirección delante de la casa y de la estatua, a ver cómo cambian de lado. ¿Me pasará  igual que sucedió con el ramo de flores? Bajo de la bicicleta y la dejó en el suelo.

           Me planto  en el mismo centro de la fachada. Cierro los ojos apretando los párpados por el nerviosismo. Respiro profundamente intentando calmarme. Abro los ojos para mirar fijamente y con lentitud doy un giro de ciento ochenta grados.La casa con todo su jardín y el Ángel giraron conmigo.

He visto perfectamente, cómo el entorno y yo nos movíamos a la vez. La sensación es abrumadora y la situación insólita. Vuelvo a girar esta vez con más rapidez y ocurre exactamente lo mismo.

           Parece que estoy en el cine viendo una película tridimensional. Lo repito una y otra vez, aumentando la velocidad. Mis pies están taladrando el suelo. Mi cabeza comienza a aturdirse. En ningún momento consigo tener la casa a otro lado, que no sea a mi derecha y la estatua a la izquierda. En una de las vueltas pierdo el equilibrio y caigo.

          Totalmente tendida en el suelo, con las manos y rodillas doloridas levanto la cabeza y veo una mujer llamando a la puerta de la casa. Viste traje blanco de época. Con amplias mangas y falda muy larga. Lleva un bebé en brazos. Baja las escaleras con premura y corre por el jardín. Al verme se detiene. Una lengua de fuego sale de sus pies y las llamas les consumen rápidamente.

HAUNTED TOWN.  #PV2024        #PGP2024.  #sdo24Donde viven las historias. Descúbrelo ahora