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ᶜᵃᵖᵘᶜʰᶦⁿᵃ
⁽ᵀʳᵒᵖᵃᵉˡᵘᵐ ᵐᵃʲᵘˢ⁾

ᴱˢ ᵘⁿᵃ ʰᶦᵉʳᵇᵃ ᵈᵉ ᵗᵃˡˡᵒˢ ᵗᶦᵉʳⁿᵒˢ ʸ ʳᵉᵗᵒʳᶜᶦᵈᵒˢ, ᑫᵘᵉ ᶜʳᵉᶜᵉ ᵃ ᵐᵒᵈᵒ ᵈᵉ ᵉⁿʳᵉᵈᵃᵈᵉʳᵃ. ᴾᵒˢᵉᵉ ᵘⁿᵃˢ ʰᵒʲᵃˢ ʳᵉᵈᵒⁿᵈᵉᵃᵈᵃˢ ᶜᵒⁿ ˡᵃʳᵍᵒˢ ᵖᵉᶜᶦᵒˡᵒˢ. ᴱⁿ ˡᵃˢ ᵃˣᶦˡᵃˢ ᵈᵉ ˡᵃˢ ʰᵒʲᵃˢ ʸ ˢᵒᵖᵒʳᵗᵃᵈᵃˢ ᵗᵃᵐᵇᶦᵉ́ⁿ ᵖᵒʳ ˡᵃʳᵍᵒˢ ᵖᵉᵈᵘ́ⁿᶜᵘˡᵒˢ ˢᵉ ᶠᵒʳᵐᵃⁿ ᵍʳᵃⁿᵈᵉˢ ᶠˡᵒʳᵉˢ ᶜᵒˡᵒʳ ⁿᵃʳᵃⁿʲᵃ.

ˢᶦᵍⁿᶦᶠᶦᶜᵃ: ᴼᵇᵉᵈᶦᵉⁿᶜᶦᵃ.

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La lámpara arriba del escritorio pequeño de madera era lo único que alumbraba la diminuta habitación. Justo delante del escritorio de madera, había una pequeña niña, de cabellos dorados y ojos rasgados color rubí. Estaba dibujando en su cuaderno lo que parecía ser una chica de cabellos dorados, tomada de la mano de otros niños con diferentes colores de cabello. Tarareaba y tarareaba mientras lo hacía. Parecía divertirse, ya que debes en cuando, sonreía y dibujaba con más fervor lo que estaba haciendo.

Solo había cuatro cosas importantes en la habitación. Una cama, la lámpara, el escritorio y un armario. Era lo único que se podía tener dentro de ese espacio cuadrado. Tenía una ventana, justo enfrente de su escritorio y ella, pero no dejaba pasar la luz del sol por las espesas cortinas moradas que tenía.

Algunas veces, las ratas paseaban dentro de la habitación, pero estás no causaban ningún temor a la pequeña que seguía balanceando sus pies en la silla. Se había acostumbrado tanto a ellas que hasta les había puesto nombre. Sirius, James y Remus.

En un momento dejó de dibujar y miró a la ventana curiosa. Extendió su mano para correr aquella cortina. Cuando estaba a punto de hacerlo, un gritó la hizo detenerse.

—¡Dalia! —retrajo su brazo y volteó a ver a la puerta que estaba a la izquierda de la habitación. Una mujer de cabello amarillo claro, con ojos celestes estaba en la puerta. Mirando con una pequeña frustración a la pequeña niña que se encogía en sí misma— ¿Cuántas veces te he dicho que no debes abrir la cortina? Es por tu seguridad.

La pelidorada asintió, aunque no se sentía muy a gusto con esa regla. Pero tampoco había algo que pudiera hacer.

—Sí, mamá...

La mujer dio un largo suspiro. No quería levantar su voz a su hija, pero algunas veces tenía que entender que si habría aquella cortina, alguien la iba a ver y todos peligrarían. Se acercó a la niña que miraba hacia abajo, acarició su cabeza y le sonrió con cariño.

—Vamos abajo, hice el almuerzo. Y si te comes todo, te daré el flan que preparé.

Al escuchar la palabra flan, el rostro de la niña inmediato se iluminó, olvidándose de su intentó de ver el mundo exterior.

—¿¡En serio!?

—Sí. Ahora vamos.

La pequeña no dudó en saltar de la silla y correr por las escaleras a la primera planta. No era tan rápido llegar, ya que su habitación estaba en el ático de la casa. Cuando bajo las escaleras llegó al comedor. Se sentó rápidamente y esperó impacientemente a que le sirvieran su comida.

Observó como todas las cortinas de las ventanas estaban corridas para que ni siquiera un rayo de luz iluminará la sala. Las velas que estaban en algunas partes de aquella habitación era la única luz. Admiró las gruesas cortinas. Toda su vida había estado con aquellas cortinas ocultando la luz del sol, pero aún no entendía por qué no podía entrar.

𝐓𝐡𝐞 𝐏𝐞𝐫𝐟𝐞𝐜𝐭 𝐕𝐢𝐥𝐥𝐚𝐢𝐧𝐞𝐬『𝐓.𝐖』Donde viven las historias. Descúbrelo ahora