32. Vegas

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—Damn it! —Vegas tiró todas las sillas de la oficina, colérico.

Llevaba dos semanas sin Pete; dos jodidas semanas sin sentir el calor de su omega, sin probar la dulzura de sus labios, sin volver a ver esa sonrisa que tanto adoraba. Iba a enloquecer, era seguro. Sus días regresaron a ser grises, miserables y odiosos. Su padre no perdió oportunidad para burlarse de él, para recalcar lo inútil que era como alfa al no retener a su omega. Y Vegas no se defendió en ninguna ocasión, quería ser pisoteado y hundido en el desprecio de su padre.

El alfa creía merecer ese castigo, cada insulto o burla tenía razón de ser: fue un completo idiota que no supo cuidar lo más valioso que llegó a tener. No dejaría de condenarse, de odiarse por perder a Pete. Y su dolor era tan grande; que se convirtió en el pobre diablo que deambula en la mansión de la segunda familia, no comía ni dormía. Dejó de ser ese alfa alterno que sus hombres conocían y respetaban, ahora solo era una sombra más que apenas se sostenía -pero que se esforzaba por mantener las apariencias con su padre y extraños.

Lucía demacrado, las finas facciones de su rostro se hicieron más notarias al igual que su pérdida de peso. Sus camisas le quedaban más holgadas, y los pantalones debía ajustarlo con una talla menos en su correa. Macao se alarmó por su hermano y exigió a Nop como a los hombres que lo acompañaron en la casa de seguridad explicaciones. Ninguno se las dio, Macao tuvo que resignarse a ver a Vegas deambular por los pasillos de la mansión, anhelando encontrar el aroma de Pete en alguna habitación.

El dolor lo estaba consumiendo, y la inquietud de su lobo por no saber nada de Pete lo terminaba de derrumbar cada noche. Vegas necesitaba a su Pete, necesitaba volver a probar la reconfortante plenitud que le daba el tener a Pete aguardando por él.

Lo necesitaba a su lado, Vegas se rindió. Cayó lentamente al suelo, mientras sus lágrimas no tardaron en aparecer. El llanto se volvió su mejor compañero, y los golpes a sí mismo, un alivio. Dejé de apuñetearse la cabeza cuando sintió una presión en su pecho, hizo respiraciones lentas para soportar los horribles punzones. Pero, su mente no se preocupaba por él, sino por su omega.

Su Pete estaba sufriendo, quizás peor que él. Y aquello le hacía odiarse más, moría por volver a tenerlo en sus brazos y cuidarlo -asegurarse que este mundo de mierda no lo acabe. Su lobo lo exigía ir y arrebatárselo a la primera familia, no confiaba en nadie más. Para ellos, Pete era otro guardaespaldas. Tal vez, tenía la distinción por la preferencia de Khun. Pero, no para su tío.

Su jodido tío.

Vegas maldijo su nombre a sus adentros, quería acabarlo a él y a su familia, también a su padre. El alfa quería ser libre para pelear por Pete, para tener una esperanza en la que esos hermosos ojos de su omega no encontrasen miedo o vergüenza de haberlo escogido. Pero debía conformarse con esta mierda, con migajas que Kinn y Porsche le daban sobre su omega.

No confiaba en ellos, no confiaba en nadie.

Pete era muy preciado para él, pero nuevamente debía conformarse con pequeños gestos hacia su Pete -como darle su chaqueta con su aroma, cuando deseaba darle el mundo entero. Su vida si se lo pedía.

Era de Pete; y si él quería destruirlo para volver a sonreír y ser feliz, Vegas estaba dispuesto a morir a manos de él -solo de su Pete, su vida era de su omega.

"Pete, mi amor, por favor perdóname. No eres mi mascota, eres mi mundo", Vegas pensó en las palabras que moría por decírselas a su Pete. Mientras sus lágrimas seguían cayendo, bajó la guardia y no percató cuando Khun Korn ingresó a la oficina.

—Siempre supe que el color rojo para el papel tapiz fue una mala elección, aviva a las emociones como el enojo. Pero Khun se encaprichó. —La interrupción de Khun Korn sobresaltó a Vegas, no fue avisado por Nop. Suponía que su tío lo envió lejos o le ordeno no informarle. —. Y a un hijo no se le puede negar nada, porque representa la mayor prueba del amor que le tenemos a nuestra pareja.

CONFUSIÓN [OMEGAVERSE]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora