CAPÍTULO 22

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Chris

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Chris

No esperé que fuese a ser para tanto. Pero lo cierto es que he perdido práctica y el deporte no es mi fuerte; para eso está Tyler, que lo hace por los dos.

Jadeo exhausto frente a una verja que me saca tres cabezas, recuperando la respiración tras haber venido en mi skate desde mi casa. Después de comprobar la distancia en Google Maps, no me pareció nada del otro mundo, pero no contaba con mi resistencia física. Todo por no querer gastar dinero en un Uber o un taxi que me trajera; ya gasté gran parte de mis ahorros en el cumpleaños de Sam. ¿Por qué ella tenía que vivir en la zona más alejada de la ciudad?

Lo que más temo de pisar esa casa es encontrarme con su padre. Sé de sobra que el otro día me enseñó su parte más pacífica y tuvo mucha paciencia; sin embargo, algo me dice que es todo lo contrario, sobre todo en un día malo. No estoy muy seguro de cómo es nuestra relación ahora mismo tras nuestra charla; diría que estamos distantes y no nos llegamos a entender del todo, así que no quiero descubrir si realmente me quiere lejos de su hija o no.

Tras comprobar si hay alguien por los alrededores, llego a la conclusión de que estoy completamente solo intentando entrar en los terrenos y, como es evidente, la verja está cerrada. Pronto doy con la clave cuando veo el telefonillo que hay escondido a un lado, seguramente el medio necesario para pasar al interior. Avanzo hasta estar delante de la máquina y coloco mi dedo sobre el botón, haciendo presión sobre él, de tal forma que hace sonar un leve pitido. Espero a que alguien hable a través del aparato, pero no es así en absoluto, porque el mismo tío del otro día aparece al otro lado de la verja y no parece tener mejor cara que la vez anterior.

—¡Hola! Volvemos a vernos, ¿eh? —digo intentando suavizar su expresión con un tono confiado, pero mantiene su aura de seguridad y prácticamente ignora el saludo, esperando a comprobar cuáles son mis deseos y por qué estoy ahí—. Me gustaría entrar.

—¿Has sido invitado? —dice con ese tono grave que haría temblar la tierra. No parece ser de por aquí, dado su acento.

—Eh... no. Pero si avisan a Gretta, seguro que me deja pasar. —Me observa por unos segundos sin mover un solo músculo—. ¿Por favor? —Hago un intento de sonrisa.

—No —suelta tan secamente que mis brazos se decaen—. Si no te esperan aquí, no puedes pasar.

Ya veo que en esta casa no son de visitas sorpresa.

—Mira, no quiero ser grosero, porque tampoco me conviene, pero he venido caminando desde la ciudad solo para hablar con una persona de algo muy importante y no me voy a marchar hasta que me dejen pasar —pronuncio cada palabra con buen humor y sin descanso.

Y tras unos segundos de silencio, comienza a comunicarse por el pinganillo que lleva pegado en la oreja.

—¿Cómo decías que te llamabas? —cuestiona arqueando una ceja que sobresale por encima de sus gafas.

Enamorando a SamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora