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—Hasta cierto punto fue bueno que perdieras ese bebé— escuché en lo más profundo de la oscuridad como si fuera el susurro de una alma en pena que me rodeaba y, lo único que podía hacer, era llorar sentada en el suelo y con las rodillas pegadas a mi pecho.

Otra vez estaba ante mí el recuerdo de ese día que tanto me había marcado, ese momento que me volvió cenizas y que me destruyó por completo mientras ese maldito susurro se escuchaba de fondo.

—Estará bien, princesa— habló la doctora Lilian a una Zafiro inerte en la cama de hospital.

Mis pesadillas casi siempre eran igual: Me veía a mí misma desde una esquina de la habitación como si fuese una película de terror y revivía cada miserable segundo de esa situación tan traumática para mí.

La Zafiro que nació ese día carecía de alma y eso se evidenciaba en el vacío que se había instalado en esos ojos enrojecidos por el llanto mientras acariciaba mi vientre adolorido luego del aborto. En ese momento no quedaba nada de la joven risueña y carismática que se paseaba como una diva entre los pasillos del palacio solo quedaba el cadáver de una mujer a la que le habían arrancado de los brazos su más grande anhelo y esa situación era lo más triste que se podía presenciar.

—Princesa— me llamó la doctora al ver que no reaccionaba y suspiró de manera pesada comenzando a entender que me dolía el alma al saber que no tendría a esa pequeña entre mis brazos, estaba destrozada a niveles tan inimaginables que era incapaz de ver más allá del vacío que ahora había en mi vientre y el dolor que se agudizaba en mi pecho.

Nunca debí pararme de esa camilla pero al despertar fue inevitable sentir que algo me faltaba. Estaba desorientada por las altas dosis de medicamentos pero a pesar de ello me dolía todo el cuerpo y sin saber cómo terminé en la morgue. Mi vista estaba un poco nublada, sin embargo, podía ver el borrón de los cuerpos que serían preparados para darles sepultura pero mi vista se enfocó en un lugar donde estaba algo parecido a una pequeña cuna de pediatría y solo entonces pude sentir el dolor de una herida en mi vientre.

—¡La encontré!— escuché muy a penas cuando me acerqué a esa cuna solo para derrumbarme al ver un pequeño cuerpecito envuelto en una delgada sábana empapada de sangre justo en la zona de su estómago.

—No...— susurré llevando mi mano a mi vientre solo para encontrarme con la herida  de una cesárea sangrante debido a que varios puntos habían cedido.

—Zafiro...

—Mamá...— me salió muy a penas entre el llanto desconsolado que me invadía al ver a mi bebé en ese lugar tan tétrico, en ese lugar donde solo existía muerte y desolación.

Ese momento era tan nítido que aún me parecía estar allí, viviendo la pesadilla de ver a mi hija muerta mientras me desangraba y me sedaban para no herir a nadie luego de darle un fuerte golpe a una enfermera.

Despertar luego de eso fue mi más grande infierno y todos lo sabían. El hospital estaba silencioso o eso me parecía y me deshice de una forma que jamás creí posible.

—Vete, Lilian— le pedí a la doctora y ella asintió cumpliendo rápidamente con ello.— No quiero ver a nadie y eso incluye a mi familia.

Siempre era el mismo recuerdo de ese día, nada cambiaba y cada vez que se repetía me recordaba el terror que ahora tenía de quedar encinta y perder el bebé porque, aunque mi cuerpo sanó completamente tenía ese miedo tan arraigado que de solo pensarlo podía desatarme una crisis.

El Corazón de la princesa cazadoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora