LUCÍAN
Era el único de los tres que seguía lúcido luego de la bomba de feromonas que Zafiro soltó en menos de un segundo dejando más que claro su disposición para nosotros. Ella estaba confiando en nosotros y debía admitir que ese era una gran paso con esa mujer tan testaruda.
Por el momento no podía perder mi poco control ya que seguía un poco delicada y Ethan había perdido contra los impulsos de su bestia así que se mantenía ocupado entre las piernas de ella.
Debía ser cuidadoso porque el lazo se había formado con una fuerza que jamás imaginé, por ello las sensaciones eran intensas, las emociones eran abrumadoras y muy seguramente ella tenía unas ansias poderosas de marcar así que no sería para nada cuidadosa si lo hacía.
Por el momento necesitábamos bajar un poco más su temperatura que aún seguía sobre los 30 grados y el hecho de que Ethan la hiciera correrse ayudaba mucho ya que eso calmaba un poco los síntomas causados por el celo.
Creí por un segundo que Ethan la mantendría ocupada por más tiempo pero no, ahora yo estaba contra la espada y la pared, o más bien, entre los labios de Zafiro y las manos del alpha que me acariciaban la espalda muy lentamente logrando que me estremeciera.
Sabía que Zafiro dejó de beber sangre directo de la fuente porque me negué a que me marcara cuando tan solo tenía nueve años y muchas veces me demostró las ganas que me tenía llegando al punto de dejarme paralizado con una droga solo para hacerme una mamada e incluso hacer otra travesura que en esos tiempos me dejó con ganas de encerrarla para hacerla mía hasta el cansancio.
—Preciosa... espera— jadeé entre esos besos intensos en los que me hacía saber que ya no me daría espera. Su boca no dejaba la mía y su lengua no me daba tregua, al contrario, me retaba y me tentaba a perderme en el momento.
—Zafiro no es una niña— habló su bestia, algo que me dejó completamente sorprendido ya que ella casi nunca hablaba y menos en celo.
Otro beso me sacó de la sorpresa, un beso mucho más intenso y exigente en el que no importó que la saliva resbalara por la comisura de nuestros labios mientras su lengua peleaba con la mía por un control que ninguno tenía y al mismo tiempo nos acariciábamos como locos desesperados.
Ese beso era intenso y bestial, era un beso que me desnudaba completamente y que me recordaba que ella era mi otra mitad, mi mujer, mi reina y mi más grande reto. Ese beso era lascivo, lleno de deseo y pasión que desbordaba hasta el punto en que pude ver a una Zafiro absuelta de esas corazas de hielo y acero que siempre cargaba en su mirar frívolo.
Nunca me imaginé ver a Zafiro soltarse ante sus instintos salvajes, jamás pensé si quiera en que ella sería capaz de soltar su duro autocontrol y me encantaba que lo hubiese hecho. Su bestia demostraba cuanto se contenía ella en realidad demostrando que en la intimidad era una mujer completamente diferente a como la conocía.
No era una mujer fría, calculadora y extremadamente controladora, no. Ella era exigente, apasionada, sensible y dispuesta a experimentar cosas nuevas. ¿Quién podría decir con seguridad que conocía a esa mujer? Yo sí, ahora sí. La Zafiro que veía en la intimidad era muy diferente a la princesa o a la mujer que se mostraba ante los demás y por ello supe que no tendríamos otra oportunidad para que esa mujer nos dejara entrar en su vida, era ahora o nunca porque nos estaba dando una oportunidad de demostrarle cuánto la queríamos.
Yo estaba consciente y le había hecho saber a Ethan que marcarla no nos garantizaba que ella se casaría con nosotros pero si nos garantizaba exclusividad y la oportunidad de conocerla, de enamorarla y tal vez en un futuro podríamos casarnos. Eso era suficiente para nosotros porque sabíamos que nos necesitábamos tanto física como emocionalmente y Zafiro no era ajena a ese pensamiento.
ESTÁS LEYENDO
El Corazón de la princesa cazadora
WerewolfZafiro Evans, nieta del mismísimo Lucifer y princesa de la especie más temida y respetada en un mundo futurista que había sido devastado por una guerra entre países. Ethan Dark, el alpha lider de los licántropos, y Lucían Demian, el señor de los m...