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ETHAN

—¡Dioses!— jadeó entre mis brazos y me estremecí con su voz entrecortada.— Por favor...

Me estaba embriagando con la gran carga de feromonas que ella desprendía y ya me dolía la polla deseando penetrar ese delicioso canal caliente y húmedo que mis dedos profanaban con la calma suficiente como para tenerla jadeando y moviendo la cadera pidiendo más pero no se lo daría, no aún. Mi mano libre acariciaba con gran suavidad sus grandes senos y deseé tenerla de frente para chuparlos como tanto me gustaba porque me encantaban esas cumbres rosadas que eran sumamente sensibles y por ello estaban duras con solo pequeños roces.

Me encantaba esa mujer, la suavidad de su piel, la sensibilidad de su cuerpo y su aura frívola y oscura que se tornaba sensual y atrevida en la intimidad. Me gustaba que fuese dominante y que no dejara que nadie la perturbara, me gustaba su seguridad a la hora de vestirse, de caminar y de actuar porque eso la hacía ver mucho más hermosa y sexy de lo que ya era. Me encantaba que se vistiera de forma provocadora porque me tentaba a tomarla en lugares que no podría imaginar y me fascinaba que me hiciera frente como si yo fuese un simple mortal ante una diosa, y tal vez, así era.

Ella era una diosa de cuerpo escultural y mirada penetrante que dominaba incluso a las peores bestias, definitivamente era digna nieta de Lucifer y de la reina Alexandra. Tenía que admitirlo, el supremo había sido generoso conmigo al darme como compañera a Zafiro.

Mis pensamientos fueron interrumpidos cuando unas grandes alas negras me obligaron a retroceder y sonreí juguetón al verla darse vuelta con la respiración agitada y las mejillas encendidas con un hermoso color rojizo. Sin embargo, algo que llamó mucho mi atención fueron sus cuatro orbes más azules de lo normal. Ese color era un azul casi eléctrico que brillaba inevitablemente a medida que ella se acercaba a mí y se lamía los colmillos con ansias.

—Quieres más— afirmé al verla poner una mano en mi pecho con el fin de empujarme suavemente hasta la orilla del estanque.

No me negaría a nada que ella quisiera, debía admitirlo, estaba idiotizado y si me pedía que me atara una roca al cuello y me lanzara al mar de seguro lo haría porque solo Zafiro tenía ese poder hipnótico que me convertía en su esclavo si así lo deseaba.

—De rodillas, alpha— susurró muy por lo bajo con voz ronca e hice lo pedido mirándola directo a los ojos que poco a poco comenzaban a tornarse completamente negros.— Bésame, suave— sonreí sin poder evitarlo y cerré mis ojos por un momento en el que metí mi nariz entre sus labios con el fin de aspirar ese aroma que me enloquecía completamente así que pronto la tuve con sus piernas rodeando mi cuello y mi lengua barriendo los jugos que le escurrían de la entrepierna.

—Suave... alpha— chilló arqueando la espalda y tomando mi cabello en un puño para acercar más mi boca a su coño.— Harás que me corra...

Estaba ansioso, su sabor me había desesperado queriendo más de esos dulces jugos que me brindaba. Quería que se corriera en mi boca, lo necesitaba con urgencia o sentía que mi bestia se volvería loco así que no dudé en rotar mi lengua sobre su clítoris mientras dilataba su vagina con dos de mis dedos desatando en ella gemidos mucho más fuertes mientras hacía unas muecas que me parecían estremadamente sexys.

Su sabor era como su olor: rico, exótico, dulce... demasiado bueno como para apartar mi boca de esos labios carnosos que se estaban tornando rojos por mis chupetones y pequeñas mordidas al mismo tiempo en que su canal se contraía advirtiendo de su inminente orgasmo.

—¡Dioses, si!— gimió moviendo su pelvis al ritmo de mis movimientos y gruñí extasiado cuando sus muslos se tensaron mientras se chorreaba en mi boca con un orgasmo fuerte que la dejó sumamente sensible.— No más...— pidió muy a penas y dejé esa zona en paz con un pequeño beso sobre su monte de venus.

El Corazón de la princesa cazadoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora