Maldición...

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De joven nunca había sido así, pero ese hombre de dios, al que rechace siendo una cría, me maldijo, me transformo aun antes de desposarme.
Ahora si quiero portarme decentemente tengo que recurrir varias veces al día a un remedio humano, las duchas de agua fría.
Antes no poseía este exuberante pecho demasiado grande para mi tamaño corporal, ni estas nalgas respingonas con forma de corazón.
Ahora tengo que dejar correr el agua fría hasta que alcanza su mayor nivel, para meterme debajo y dejarme mojar de pies a cabeza.
Lavarme el cabello supone uno de los pocos placeres que halló bajo esa salvaje decadencia del agua, puesto que ya he desistido de usar una esponja para frotar mi piel, de hecho ya no uso ni mis manos, no podría soportar el placer que me produce cualquier contacto cuando estoy así, solo que en ocasiones no puedo evitar ser mala, al fin de cuantas estoy sola, nadie mira, ¿No?
Las manos se deslizan solas por los lados del cuello, extendiendo los dedos, bajan por ambos senos hasta encontrarse con los pezones ya endurecidos a causa del agua fría, reclamando atención, por supuesto que son acariciados, pellizcados, retorcidos y por fin mimados, antes de ser abandonados para seguir un camino descendente, en el cual un cruce de manos abarca los costados con las puntas de las uñas, para volver a descruzarse sobre el vientre liso, una y otra vez, excitada y un poquito desesperada poso la mano izquierda en la pared, para sujetarme, mientras que bajo la mano derecha en busca de mi lugar intimo y secreto un ruido llama mi atención...
¡Oh¡ Estas ahí.
¿Quieres unirte a mí o secarme con tu lengua?

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