Viaje a Roma

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Ella sólo se distrajo un segundo, en aquella situación, para pensar cómo habían llegado a donde estaban.

Un segundo tras el cual siguió gimiendo, mojándose, temblando, en definitiva, disfrutando de un orgasmo increíble......




En la sala de espera VIP ya se habían cruzado varias miradas.
Sólo la primera fue inocente y curiosa.
En la segunda ya intuyó atracción.
En la tercera, lascivia, lujuria y deseo.
Se lo hizo saber porque, discretamente, pasó su mano por la base de sus pecho. Él no hizo nada por ocultar un prominente bulto debajo de su pantalón.

Cuando habían sido llamados para embarcar ella se puso delante de él y en el estrecho pasillo hacia el avión, entre la aglomeración de pasajeros, se las apañó para apretar sus nalgas contra la erección de él al tiempo que éste apartaba su cabello del cuello para que ella sintiera su aliento y lo cerca que estaba de sus labios.

Ya en el interior del avión aprovecharon el momento en el que las azafatas servían bebidas a la tripulación para cruzar la mirada definitiva que los convocaba en el servicio del avión. A donde él la siguió sumisamente.

Y allí se encontraba, de espaldas a el, con la falta en la cintura y una rodilla apoyada en el lavabo para facilitar la penetración. Su coño palpitante y húmedo recibía cada embestida de su polla con un regocijo que se expresaba en la tensión de sus músculos. Consiguió meter las manos bajo su camisa para acariciarle unos pechos que estaban hechos para sus dedos, de un tamaño ideal. Jugueteaba con sus pezones y los pellizcaba. Ella siempre respondía con un sobresalto que ahogaba un gemido de placer y acompañaba el movimiento de sus caderas para que su miembro la penetrase totalmente. La quería toda dentro de ella y él lo sabía. Con una mano en el hombro y otra en su cadera la empujaba contra él para que sólo sus huevos se quedasen fuera, rebotando y estimulando su clítoris con cada roce.

Él se sabía al mando de la situación y tras penetrarla una última vez que casi le hace chocarse contra el espejo, se la sacó y le dió la vuelta. La levantó en peso lo justo para que apoyase su culo en el lavabo y poder metérsela otra vez. Mientras seguía metiéndole su polla, más lenta y suavemente esta vez, le desabrochó la camisa para poder darse un festín con esos apetitosos pechos. Quería lamerlos, besarlos, morderlos y en ello ocupó su boca. Notó que ella se sobreexcitaba cuando tenía su pezón atrapado entre sus dientes y al mismo tiempo lo lamía frenéticamente con la lengua, lo succionaba y besaba sin parar.

En el momento en el que él se pegaba a su cuerpo y jadeaba mordiéndose el labio fue consciente de que habían disfrutado juntos del orgasmo, que para ella era el segundo.

Tras besarse durante unos instantes recompusieron su apariencia vistiéndose como pudieron en tan reducido espacio. Salieron juntos ante las miradas acusadoras de las azafatas y otros pasajeros. Ya ubicados en sus respectivos asientos cayeron en al cuenta de que no se habían dicho una sola palabra. Había sido sexo en estado puro y salvaje. Rebeldía y locura.

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