El Después

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La cueva es pequeña y revestida de losas de piedra y puntales de madera para sostener las paredes y el techo. Hay un hoyo para el fuego con una hoguera y las sombras bailan por la estancia. Fuera ruge un temporal de nieve, que apenas se oye desde estas profundidades dentro de la roca. Aquí guardé unas cosas en otra ocasión en que estuve . Mis medicinas y utensilios siguen aquí, así como materiales para hacer catres y leña para un mes. Ella yace dormida junto al fuego, agotada.
La llevé a cuestas por el bosque.
Viéndola dormir, jamás me podría imaginar lo que acaba hacer. Mató a... ¿cuántos, ocho soldados para salvarme? Los que sobrevivieron le hicieron pagar por lo que había hecho. Le limpio las heridas y se las vendo y hago lo mismo con las mías. Bebo para aliviar el dolor.
Me siento junto al fuego, desnudo, cubierto de vendas ensangrentadas, bebiendo como si el alcohol fuera aire. Si cierro los ojos, la veo, cortándole con elegancia el cuello a ese soldado como si para ella fuera lo más natural del mundo. Supongo que eso de natural es exactamente lo que era.
Así que no lo puedo evitar, voy a su manta y me tumbo a su lado, con el cuello apoyado en una alforja para poder seguir bebiendo. Elle farfulla, se vuelve de cara a mí y me abraza por la cintura.
—Preciosa mía —susurro—. Qué hermosa estás esta noche. A lo mejor ya es de día. Da igual. —Bebo otro trago y sigo mirándola mientras duerme.
—Estás borracho, ¿eh? —susurra.
Le paso el frasco y bebe de él.
—Gracias.
Me llevo sus manos a la boca y se las beso con cariño, mirándola a los ojos, con la esperanza de recibir una señal de que no soy yo solo el que piensa en la forma más agradable de pasar la noche. Hay muy pocas formas de besarla sin revelar mis deseos. Sacudo la cabeza. El alcohol contribuye a disociarme y me gusta.
Estamos echados de lado, cara a cara, pasándonos el frasco, sonriendo.
Alza la mano para acariciarme la cara. Me sujeta delicadamente la mandíbula con la mano como si me fuera a tirar de la cara para darme un beso, pero no lo hace.
—Dios, cómo me tocas —digo.
—¿Te gusta?
—¿Te sorprende?
—Bueno, es evidente que no te disgusta, pero no sabía que te gustara tanto como para comentarlo de esa forma.
—¿De qué forma? —Apenas tengo aliento para preguntarlo.
—Ya sabes, como si te gustara de verdad.
—Pues sí.
—Te gusta que te toque.
—Sí.
Me estremezco. Tengo esperanza suficiente para imaginar que éste va a ser el momento.
—¿Y cuando te toco yo? —susurro, poniéndole la mano en la cintura desnuda. Se estremece y sonríe—. ¿Te gusta, Elle?
—Sabes que sí —susurra a su vez.
—No, no lo sé. Demuéstralo —la reto. Sus ojos relucen al aceptar el desafío. A veces esa vena competitiva hace que caiga con mucha facilidad.
—Vale.
Se acerca más a mí, pegando su estómago desnudo al mío. Estoy desnudismo. Salvo por todas esas vendas. No puedo dejar que mi cuerpo reaccione. Su cara está a un centímetro de la mía.
—Venga, tócame —susurra.
Le pongo la palma de la mano en los riñones y noto que se pega aún más a mí. Noto sus pechos contra el mío. Con los ojos cerrados, le froto la mejilla con la mía, oliendo su pelo. La beso en la mandíbula y ella jadea.
—Qué caliente estás.
Siento la cueva a mi alrededor, un lugar pequeño, cálido, íntimo. Me doy cuenta de que va a ocurrir, que de hecho está ocurriendo. Elle en mis brazos, prácticamente desnuda, jadeándome en la oreja. Esto no es algo que pueda permitirme fastidiar. Es algo bien distinto. Sin querer, mis manos la acarician la espalda y luego le cojo la cara entre las manos.
—Por si el mundo se acaba —digo, y la beso.
Elle me mete inmediatamente la lengua en la boca y enreda las piernas con las mías, pegando más mi cuerpo al suyo. Noto cada uno de sus músculos moviéndose contra mi piel al apretar distintas partes de su cuerpo contra mí. En un momento dado me aprieta los hombros por detrás y luego sus caderas se pegan a las mías.
Murmura, jadeanda,y sin dejar de acariciarme la espalda y los brazos con las manos. Noto su humedad sobre mi muslo y me siento abrumado de deseo.Tengo las manos en su trasero, apretándola con fuerza contra mí.
Me sonríe y vuelve a ser la chiquilla que conocí antaño y pego mi boca a la suya con toda la fuerza que puedo sin ser bruto. Sus brazos siguen rodeándome la espalda y meto las manos entre ellos para tocarle los pechos. Los dos sofocamos un grito al mismo tiempo por el placer del contacto y ella se aprieta contra mis manos con fuerza.
Me inclino para pegar mis labios a sus pechos, metiéndome ligeramente su piel en la boca, soltando murmullos de placer casi sin darme cuenta. Mis manos pasan de sus pechos a su pelo, ella jadea de placer cuando deposito una serie de besos por su clavícula.
De repente, estoy boca arriba y ella está a horcajadas sobre mis muslos, juntándolos con los suyos. Bajo la mano para tocarla entre las piernas, que están abiertas justo encima de las mías, y está tan caliente, tan húmeda, que los rizos están empapados. Gime y dobla la cintura para besarme mientras la acaricio despacio, sensualmente.
Elle echa la cabeza hacia atrás, se incorpora y mueve las caderas despacio hacia delante y hacia atrás, apretándose suavemente contra mi mano. Su cuerpo reluce a la luz del fuego. Tiene los ojos cerrados y en su cara hay una expresión que va más allá del placer. No puedo quitarle los ojos de encima. Alzo la otra mano y le recorro todo el cuerpo, parándome en su abdomen, notando el movimiento de los músculos debajo de la mano. Moviéndose por encima de mí, irradiando calor y sensualidad, es el ser más deseable que he visto en mi vida.
De repente, se aparta de mí y me separa las piernas. Estoy tan lleno de pasión que apenas puedo mantener los ojos abiertos cuando se coloca entre mis piernas. Su lengua, caliente y anchísima, esta en el sitio preciso. Arqueo la espalda y gimo su nombre. Es un placer inimaginable. Mis manos se trasladan por instinto hasta su cabeza y la sujetan ligeramente mientras se mueve, subiendo y bajando despacio una y otra vez. Me excita de tal manera que tiro de Elle para subirla de nuevo encima de mí y la beso con ansia. Sé que no voy a poder aguantar mucho más.
Siento como me dirige para que la penetre. Sofoco un grito de placer.
—¡Oh, dios, sí! —grito. Noto como se mueve, me toca, y encontramos un ritmo al que no hay manera de resistirse. Mueve sus manos sobre de mí, yo apenas puedo sujetarla, por los hombros sin provocarla dolor, y noto que el placer va aumentando en los dos. No puedo evitarlo: veo sus preciosos bíceps tensos, relucientes de sudor, y les pongo las manos encima, apretando cada vez más al notar sus muslos golpeando los míos, y no hay forma de detenerme. Como si sólo pudiera suceder de esta manera, de repente llega al orgasmo y grita mi nombre, una y otra vez, y casi no puedo oírlo por encima del ruido de mi propia voz gritando el suyo.
No quiero pensar en el después, que pasara mañana como reaccionara mi hermanastra deseada...
Ahora está echada encima de mí, jadeando, y mis manos le cogen el trasero, sujetándola justo donde está para que no se mueva....

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