Los pasillos eran sombríos, fríos e interminables.
Era un ambiente solitario. De paredes conformadas por bloques de piedra oscura, con una decoración parecida a un viejo palacio. El silencio siempre gobernaba, excepto en esa ocasión.
Los pasos de un niño de 7 años resonaban por el laberinto de caminos. Se trataba del primogénito del rey de todos los demonios; Satán, e hijo de la emperatriz de los íncubos y súcubos.
No solo los pasos rompían el silencio fúnebre.
Sus pies pararon frente a la entrada de una habitación, de donde provenía el llanto desconsolado de una cría. El sonido le irritaba a tal límite que pensamientos negativos sobre cómo callarlo pasaban por su mente.No se molestó en alejar esos pensamientos antes de abrir la puerta y entrar con el sigilo de un gato al momento de cazar.
Aquella habitación tenía un aura diferente, inusual; el suelo de piedra quedó atrás, a cambio se extendía una manta de césped verde rebosante de vida con brotes de flores, arbustos y enredaderas. Dándole la apariencia de un pequeño prado con un único árbol, el cual se situaba al otro extremo.
Moviéndose con cautela, sin producir sonido alguno, se ocultó tras los matorrales. Fuera de la mirada de la mujer bajo la sombra del árbol, quien mecía en brazos a su bebé envuelto en una manta café.
Observó a aquella mujer entre las verdes hojas, atento al llanto de su pequeño hermano. Este no paraba, ni siquiera aunque la mujer le arrullara lentamente. Al paso de unos segundos, un canto dulce e hipnotizante se unió a romper el silencio.
El pequeño bebé ignoró el canto en un inicio, antes de notar que era la dulce voz de su madre. Su llanto poco a poco se apagó.
Al fin, pensó, y sintió un gran alivio al librarse de ese irritante sonido.
El canto continuó creando un ambiente acogedor, el bebé no tardó en quedarse profundamente dormido. Su madre bajó el tono de su voz, silenciándola con la mirada dirigida hacia los matorrales.
—No deberías esconderte —una sonrisa amable se le dibujó en el rostro. Sabía que estaba oculto—. Por lo que puedo ver, su llanto te desagrada.
Entendiendo lo inútil que resultaba seguir oculto procedió a levantarse, saliendo de su escondite.
Ella no encajaba, no pertenecía a ese mundo oscuro."Perséfone" era el nombre por la que todos los demonios de ese reino la conocían, un lindo nombre con el que le honraban respeto a una ninfa del bosque, quien era ahora la nueva reina del submundo.
Y sumamente peculiar.Poseía una gran belleza, dado a que era una criatura mágica y pura. Su cabellera era de un tono castaño verdoso que caía como una cascada de finos rizos, sus labios suaves y rosados, sus ojos de un verde brillante, los rasgos de su rostro delicados, junto con una piel de porcelana, y sobre su mejilla derecha se extendía un dibujo de un tallo retorcido con pequeñas hojas. Una pintura en su piel que finalizaba en el punto del término de su ceja y comenzaba por debajo de su escote.
Además, siempre vestía de prendas sencillas blancas.
Todo esto le otorgaba, sin lugar a dudas, el título de ser la más bella del submundo.—Te he visto venir muchas veces, Samael, podría asegurar que ver a tu hermano es de tu agrado —comentó, sonriendo cálidamente.
Pocas personas lo llamaban Samael. Su primer nombre resultaba más acorde para un príncipe destinado al trono; Miston, de simbolismo "místico".
Por otro lado, Samael venía del nombre que poseía un demonio del abismo. Se le conocía como "la serpiente roja del pecado".
La razón de poseer su nombre no tenía más explicación, este demonio fue conocido como el amante de su madre Lilith.
Muchos decían que Samael murió poco antes de que Lilith se uniera con su padre. También se escuchaba que la misma Lilith pudo haberlo matado, para así tener el camino libre de lograr convertirse en reina del submundo. Pero no son más que vagos susurros.
—Mi padre pide esté más cerca, esa es la razón —le respondió, en un tono respetuoso.
Aquello era mentira, su padre no le ordenó tal cosa. La verdadera razón era que sentía cierto interés por su hermano, pero eso nunca lo admitiría.
Perséfone le observó como si ella pudiera ver la verdad de sus visitas.
—En ese caso, ¿gustas cargarlo? —preguntó.
Miston meditó su respuesta. Llegó a la conclusión de que Perséfone sabía la razón verídica de su visita, no se negaría. Hacerlo era innecesario.
Así que aceptó, extendiendo los brazos hacia ella en el momento en el que dejó a su hermano en ellos. Al tenerlo tan cerca podía analizar cómo era aquel bebé llorón y molesto.
Continuó plenamente dormido, de forma que tal vez no despertaría ni aunque Miston provocara un fuerte sonido. Pensar en comprobarlo estaba fuera de lugar; era menos molesto dormido.
Su cabello verde brillante era aún corto, distinto al de su madre. Sin tomar en cuenta lo poco parecidos que son los recién nacidos a sus padres.
Pero tenía una apariencia perfecta y bella como ella, con la piel blanca de porcelana y un toque rosado en las mejillas.
Miston sabía que no era un demonio por completo. No parecía uno con sinceridad, era enérgicamente idéntico a su madre.
Sintió el leve movimiento de sus manos y cabeza, había abierto los ojos un poco. Aun con eso pareció fascinarse al ver el rostro de su hermano mayor. Con unos ojos verdes que brillaban en la luz de la habitación.
Miston lo observó y, sin darse cuenta, le devolvió la sonrisa.
ESTÁS LEYENDO
A raíz del odio [Ya a la venta ]
FantasyNació como un mestizo, en un mundo incierto y cruel, donde el mayor lema de su especie demoniaca es matar para vivir. Mientras la única enseñanza que recuerda de su madre es apreciar la vida de cualquier criatura. Simplemente es difícil encajar en...