CAPÍTULO 3

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El silencio era roto por dos pares de pasos en aquellos pasillos oscuros iluminados solo por antorchas.

Perséfone, con la mirada en el camino, sostenía la pequeña mano de su hijo, quien daba saltitos a su lado. Ambos habían salido de la habitación del jardín poco después de que Miston y Asmodeo lo hicieran.

Se dirigían a la estancia donde Satán pasaba la mayor parte del tiempo. Ya era una rutina diaria visitar por unas horas a su esposo, a quien, a causa de su trabajo, veía pocas veces.

Ameimon cada cierto tiempo volteaba sobre su hombro hacia el camino que habían tomado. Tenía curiosidad de saber qué haría Miston con sus compañeros, además, quería ser parte de ese grupo. Aun cuando a Miston no le agradara para nada tenerlo cerca.

El camino prosiguió un tiempo más, hasta que ambos terminaron ante unas grandes puertas oscuras e imponentes de un tono opaco por la culpa del polvo húmedo sobre la madera.

Perséfone extendió su mano y empujó sin esfuerzo la puerta, ante el movimiento esta soltó un crujido grave. Las puertas se entreabrieron lo suficiente para entrar, y lo hizo, sosteniendo aún la pequeña y delgada manita de Ameimon.

Tras sus espaldas la puerta se cerró lentamente con el mismo crujido sonoro, dejando la habitación solo iluminada por la tenue luz que entraba por los grandes ventanales. Frente a estos un escritorio se situaba, donde se encontraba la silueta de un hombre opacado por la poca luz del lugar. Nada más que el hombre podía ser visualizado fácilmente.

Al escuchar la puerta, este levantó la mirada hacia Perséfone. Sus ojos eran oscuros, sin ningún tipo de brillo, y tan profundos como un pozo infinito. Su cabello se apreciaba en un rojo oscuro y su pálida piel era ensombrecida con la oscuridad de la estancia. Su simple presencia a la mayoría de personas o seres les provocaba un miedo instintivo, la excepción a esto era Perséfone y sus hijos.

—Habéis venido —mencionó el hombre con una voz clara y un tono sutil de alegría.

Perséfone caminó al centro de la habitación y se arrodilló en el suelo. Ameimon miró a su padre atentamente, sin miedo, al contrario, con una sonrisa alegre dibujada en el rostro mientras se acercaba hasta estar a la par de su madre, viendo de reojo la puerta sin dejar de pensar qué juegos nuevos estaría realizando su hermano mayor.

—Me alegra verte, Luzbel —mencionó Perséfone sin evitar sonreír.

Bajó su cabeza un poco para recibir la caricia de la mano de su esposo sobre su cabello cuando este se situó frente a ella

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Bajó su cabeza un poco para recibir la caricia de la mano de su esposo sobre su cabello cuando este se situó frente a ella.

—El sentimiento es mutuo, Aileen —respondió.

Satán era el único que la llamaba por su verdadero nombre, el que dejó atrás al igual que a su familia y hogar.

Aileen miró su rostro, pero antes de pronunciar palabra vio a su pequeño fantaseando con salir de la habitación y explorar lo que haría su hermano mayor.

A raíz del odio [Ya a la venta ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora