CAPÍTULO 7

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La estancia era fría, silenciosa y húmeda.

Conformada por irregulares paredes cenizas, abundantes en rocas como las que adornarían las faldas de un volcán ardiente. Se asemejaba a la boca de una bestia durmiente en lo profundo de la tierra, los colmillos de estalagmitas y estalactitas decoraban la cueva. Además, su húmeda boca estaba marcada de cicatrices y rasguños.

Un intenso dolor recorrió su espina dorsal. La fuerte roca, más grande que su débil cuerpo, dejó ir sus destrozados pedazos con el impacto de su espalda, cediendo humillada. Cerró los ojos con fuerza, sintiendo su hombro dislocarse, y una de sus costillas fragmentarse en pequeñas astillas.

Se atrevió a abrir los ojos, en negativa de sentir el abrazador aire enfriar la humedad irritante que ardía sobre su pupila. Sus dientes chirriaban apretados, acompañados del temblor incontrolable de un dolor agudo. La regeneración daba de sí, trabajando deprisa, uniendo las piezas de su cuerpo, mas eso no evitaba sentir el dolor pasajero. Observó los restos de roca pulverizada sobre su piel polvosa.

—Déjalo, Miston, es imposible que no seas más fuerte que él —mencionó una voz delante de él—. No seas un idiota.

De pie a unos metros, Miston se cruzó de brazos, dibujando una mueca torcida en su rostro sobrio. A su lado, Asmodeo soltó un suspiro desalentador, apretando sus labios de disgusto, y apartando la mirada como si eso lograra cambiar algo. Su desaprobación no era para menos, Ameimon no tenía más de once años, siendo Miston siete años mayor. Por ende, más fuerte.

Su boca permaneció cerrada, ahogando su respiración trabajosa, casi entrecortada. No deseaba llorar, no de nuevo. El dolor se había ido de su cuerpo, pero la regeneración no podía eliminar el nudo de su garganta, o la impotencia de sentirse un inútil total. De ser débil, poco habilidoso ni de ser un cobarde.

Inmóvil, intentó distraer su mente, bajando la mirada al suelo rocoso, apreciando las grietas dejadas por garras y armas afiladas tiempo atrás en algún entrenamiento. Tal vez a manos de alguien con verdadera utilidad.

—¿Volvemos a lo mismo? —comentó Miston, dirigiendo su vista hacia Asmodeo con una mueca— ¿Soy mucho para él? Entonces que lo haga Nisroch.

El mencionado, apartado de aquella escena, negó con la cabeza. Era consiente de ser el más apto, pero bien sabían todos que eso no evitaría el daño al menor. Veía todo aquello como una idiotez, más que un entrenamiento, una humillación de parte de Miston.

—No lo haré —respondió—. Tanto tú como yo sabemos que terminará herido. No importa qué tan suave sea —susurró lo último con la esperanza de no ser escuchado por Ameimon.

La mirada del príncipe mayor volvió a su hermano, encogido donde había caído, con la cabeza baja. Sobre sus hombros su cabello caía en leves rizos, cubriendo un poco su rostro con mechones verdes. No aceptaba cortar su cabello. Tal vez porque le recordaba a su madre, un recuerdo que no deseaba perder, permitiendo que creciera al límite de remarcar su apariencia andrógina. Su pequeño cuerpo aún no era de ayuda para esto.

—Eres un cobarde débil, ¿lo sabes, no? —Miston esbozó una fría y leve sonrisa.

Como esperaba, su reacción fue inmediata. Levantó su mirada con molestia y el brillo de un llanto reprimido en sus ojos.

—Cobarde.

Nuevamente su cometido fue logrado, provocando la ira de su pequeño hermano. Ante los humanos sus movimientos serían tan rápidos que sus insignificantes ojos no captarían la amenaza a tiempo, pero para él, Ameimon era lento. Rodeó su brazo en el último segundo, parando el impacto de su ataque a centímetros de su cuerpo, apretando hasta obtener un crujir estruendoso. Sin esfuerzo lanzó su cuerpo contra el duro suelo, obteniendo una lluvia de escombrosos trozos de roca volando por el aire, impregnado de una nube espesa de polvo.

A raíz del odio [Ya a la venta ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora