CAPÍTULO 21

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El silencio parecía estar acompañado de una música inexistente, del viento soplando y moviendo delicadamente cada hoja de los árboles verdes, bajo la luna brillante, tenue gracias a las finas nubes que en ese instante cubrían la luz. Oscureciendo la habitación.

Aun con aquella oscuridad pasajera veía perfectamente el rostro idéntico al de su molesta hermana menor. Solo que este tenía rasgos masculinos, algunos que identificaba eran pertenecientes a su padre. Rasgos como la sombría serenidad de su mirada, que se entrelazaba con un brillo melancólico que no tardó en recordar que había visto en los ojos de la difunta Genoveva.

Observó sus movimientos, inseguros, seguramente al no conocerle. Eso le parecía una gran molestia, era su hermano, debía siquiera saber de su existencia. Aunque parecía ser completamente ajeno en su mente, su boca se movió vaga en un intento de pronunciar alguna palabra que simplemente terminó en un penoso balbuceo.

—No hay ninguna duda —pronunció andando unos cuantos pasos hasta terminar frente a su rostro—. Te encontré —murmuró con una sonrisa triunfal. Miston no pudo evitarlo con su tonto plan de mantenerlo en secreto.

Su hermano pareció tener un momento de claridad, pensó en algo fijo en vez de perderse entre sus mismas dudas y confusión.

—¿Me encontraste? —preguntó, seguía sin mostrar ningún tipo de miedo hacia él.

Su mente se colocó en blanco, en un par de segundos un escalofrío había hecho que le diera una leve contracción a su cuerpo, estaba seguro de haber sentido una energía muy familiar. Peligrosa y familiar. Acercándose con pasos sonoros por el pasillo, de unos zapatos golpeando con suavidad la superficie de madera. Los ojos de su hermano le dijeron todo: no entendió su reacción de miedo ante aquella persona que se acercaba.

Notó algo más: preocupación.

Preocupación al saber lo que su instinto le decía que hiciera en esos momentos. No lo comprendía, ¿por qué su hermano no sentía aquel peligro?

Su cuerpo se movió automáticamente ante el sonido de la puerta abriéndose, en su mente estaba claro lo que pasaría. Le cortaría la cabeza a aquel hombre antes de que le diera tiempo de sentir el golpe.

Vio vagamente su rostro entre una cortina borrosa que de pronto pareció contraerse junto a un zumbido agudo.

Sus garras alcanzaron a rozar la vulnerable piel de su cuello, pero no pudo acercarse más, su cuerpo se paralizó al sentir una fuerza ardiente que le había obligado a alejarse.

En un intento infantil por esconderse, se arrinconó en una esquina del cuarto, junto a una manta caída de la cama. Era suave, le recordó por un momento a la habitación afelpada de las criptas, esa suavidad fría, acompañada de miedo ardiéndole en el pecho.

Sus manos empezaron a temblar involuntariamente, sucumbiendo a un miedo codificado en su cuerpo.

Cuando su mente por fin se centró en el presente, levantó la mirada de su mano estrujando con fuerza la orilla de la manta a la puerta, donde logró visualizar, gracias a la luz de la luna, a un hombre. Sosteniendo un pequeño amuleto de plata que tenía un peculiar brillo, tal vez de algún poder extraño, o podía ser la simple ilusión que daba la luz de la luna.

Su rostro tenía una seriedad tan dura y fría que parecía estar viendo lo más profundo de su ser, con aquellos ojos azules grisáceos. Su edad no ayudaba, no era un viejo, pero tampoco parecía ser joven. Las leves arrugas en sus ojos y en su frente, al igual que su mandíbula, le daban una apariencia más severa, su pelo era rubio opaco con un leve largo que le daba más una apariencia un poco despreocupada.

 Las leves arrugas en sus ojos y en su frente, al igual que su mandíbula, le daban una apariencia más severa, su pelo era rubio opaco con un leve largo que le daba más una apariencia un poco despreocupada

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A raíz del odio [Ya a la venta ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora