La tierra estaba húmeda, había llovido hacía unos momentos. Sus manos apartaban el barro y las pequeñas piedras de su camino, escarbando en lo profundo de aquel agujero polvoso. Entre la negruzca tierra, se encontró el blanco manchado. Con una sonrisa desterró aquel cráneo del barro, lo apreció, de un blanco hueso con leves manchas de tierra sobre su lisa superficie. Parecía ser el de una mujer, era pequeño, con forma delgada en los pómulos.
Intentaba distraerse desenterrando los huesos humanos que encontraba en los cementerios a los que podía entrar. Estaba molesto, tal vez era tonto disgustarse por una decisión que solo le pertenecía a su padre, pero no podía evitar sentirse resentido hacia aquella mujer.
—Ameimon, vamos, hay que volver al submundo —se quejó Asmodeo, recostado contra un tronco.
Era el de un árbol esquelético, casi muerto, en el cementerio. Sus ramas se alzaban sobre sus cabezas como delgados dedos de una aterradora anciana.
Asmodeo estaba aburrido, en la espera de que él terminara su tarea de desenterrar otro cuerpo humano. Parecía no muy animado de estar en un sitio como ese, como si algo como un cementerio pudiera erizarle la piel al valiente Asmodeo y su política de asesinar humanos, era irónico, mas ahí estaba Asmodeo, fiel a seguirlo hasta la oscuridad del mundo humano si se lo pedía. Por alguna razón últimamente se mantenía cerca, tan cerca como lo permitiera su segundo acompañante, Leviatán.
—Si me ayudaras tal vez terminaría más rápido —le respondió viéndole con una mueca para después fijar su vista en Leviatán—. O tal vez tú, Leviatán.
Leviatan levantó lentamente su escalofriante mirada, anteriormente ocupada afilando una larga daga negra en obsidiana con sus garras. El brillo de esta arma parecía destellar en sus ojos. Se encontraba sentado sobre una roca, observándole con indiferencia. Parecía más agotado que Asmodeo de verlo desenterrar el décimo cuerpo humano en los últimos cinco días.
Era un chico cuatro años menor que él, rondaba los trece. Era muy joven pero a su corta edad tenía más instinto asesino que cualquier otro demonio que hubiera conocido en su vida, tal vez por eso Asmodeo lo arrastró a formar parte del dúo que hacían juntos. Era aterrador, y su apariencia no ayudaba para nada. Sus ojos eran peculiares, sus pupilas brillaban en un rojo sangre rodeado de un verde agua que teñía sus iris: su cabello era de un negro azulado que relucía como si se encontrara continuamente empapado de agua; su piel era tan blanca que amenazaba con ser trasparente, contando con la peculiaridad de unas cuantas escamas en sus pómulos, como las de un pez.
Era el demonio más raro de todo el submundo. Su padre era un noble que había muerto a manos del Vaticano cuando él era aún muy pequeño, su madre era una desconocida total para todo el reino. Nadie sabía con qué clase de criatura el gran Levithan había procreado un hijo tan raro. Y eso no era nada, lo más alarmante era su cola de demonio. Era letal. Era una cola con aletas en los entremos, de donde surgían cuchillas afiladas con un potente veneno, de un solo corte podían matar.
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A raíz del odio [Ya a la venta ]
FantasyNació como un mestizo, en un mundo incierto y cruel, donde el mayor lema de su especie demoniaca es matar para vivir. Mientras la única enseñanza que recuerda de su madre es apreciar la vida de cualquier criatura. Simplemente es difícil encajar en...