Lo único que lograba ver era una inmensa oscuridad, un desconocido vacío infinito. Sobre el suelo se extendía una capa de húmeda agua, pegajosa como un alquitrán helado. Desprendía un olor a sangre putrefacta. Hasta donde alcanzaba su mirada, todo era de color negro, no había un final ni un comienzo de aquel enorme espacio. Se levantó. El dolor de su cuerpo había desaparecido. Caminó sin saber muy bien a dónde ir, no había ninguna salida, algún objeto, ninguna persona. No estaba seguro de si sentirse aliviado o asustado con la soledad. El silencio era únicamente roto por el chapoteo bajo sus pisadas.
Los murmullos no estaban presentes, se habían callado.
Al pasar los minutos, un nuevo sonido empezó a notarse sobre sus pasos haciendo eco. Comenzó como un murmuro que en un principio reconoció como sus familiares voces, pero al final se dio cuenta de que era solo una y a quién le pertenecía. Era la voz de Miston. Gritó su nombre a la oscuridad, buscando respuesta, girando su mirada a todas las direcciones esperando encontrar su silueta en algún punto del negro horizonte. No recibió respuesta. Comenzó a correr siguiendo su voz inentendible, no entendía sus palabras.
Su voz se escuchó más clara, más fuerte, como si se encontrara a su lado, mas aún así no lo veía. No había nadie. Como si su voz vagara dentro de su cráneo.
—Eres débil, tu madre murió por tu culpa. Tu cobardía la mató. Ella seguiría viva si hubieras hecho algo... Me desagradas —la voz de Miston se aclaró.
La voz no provenía de ningún lado, venía de todas las direcciones, rodeándolo con crueles menciones. Dolían como cuchillas. Intentó tapar sus oídos, cerrando sus ojos en un inútil intento por no escucharlo. No sirvió de nada, sus palabras rebotaban dentro de su mente tal como lo hacían las voces que le habían acompañado últimamente.
La voz de Miston desapareció en un eco difuso.
>¿Sigues pensando que le importas? <
Una de sus familiares voces resonó en cada rincón, distorsionándose en el aire.
Sentía un gran peso sobre su cuerpo y mente. Un fuerte golpe impactó en el suelo junto a él, provocando un sutil temblor bajo sus pies. Se congeló en el instante en el que su mirada se encontró con una bata blanca. Le sonrió sosteniendo entre sus manos el mango de un pesado mazo con el cual había salpicado sus piernas del agua en el suelo. En la penumbra de su rostro su sonrisa amarillenta parecía brillar.
—¿Te duele? —murmuró. Seguidamente levantó sobre su cabeza el mazo, tomando impulso para el próximo golpe y apuntando a su cabeza.
De caer en su cabeza y no fallar de nuevo estaba seguro, el mazo destrozaría su cráneo o tal vez lo fracturaría lo suficiente para inmovilizarlo en el suelo y una vez allí nada evitaría que el mazo cayera sobre todo su cuerpo.
Se encogió en sí mismo esperando el impacto sobre su cráneo, pero nunca llegó. El hombre de la bata se esfumó como polvo llevado por el viento, perdiéndose en el tono negro.
—¿Qué hice mal? ¿Por qué siempre me lastiman?
La voz soltó una risa amarga.
>Porque eres débil. <
Pudo sentir unos brazos abrazarle por la espalda. Eran esqueléticos, rodeaban sus hombros con una ternura extraña. Bajó la mirada encontrando unas manos huesudas entrelazando sus dedos sobre su pecho, su piel era negra y sus garras largas como cuchillos. Un aliento frío llenó su nuca. Su reacción fue de sobresalto, alejándose de golpe de aquellas manos desconocidas con apariencia intimidante. Giró su mirada encontrando nada, no había nada ahí.
>Deberías entender que nadie te salvará. <
Susurró la voz en su oído. Un pequeño escalofrío recorrió su espina dorsal. Ahí seguía sin haber nadie, pero se sentía como si un cuerpo invisible flotara a su alrededor.
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A raíz del odio [Ya a la venta ]
FantasyNació como un mestizo, en un mundo incierto y cruel, donde el mayor lema de su especie demoniaca es matar para vivir. Mientras la única enseñanza que recuerda de su madre es apreciar la vida de cualquier criatura. Simplemente es difícil encajar en...