CAPÍTULO 26

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Los pasillos del palacio se encontraban sombríos, desiertos e iluminados únicamente por las antorchas cálidas en fuego brillante.

Ya era de noche.

No había un toque de queda oficial, pero a esa hora ya no se encontraba nadie fuera de su hogar. Como si fuera algo determinado con anterioridad. No entendía muy bien cómo todos los del reino se ponían de acuerdo para abandonar las calles, túneles y pasillos.

Tardó un poco en recuperar su conciencia, despejarse del zumbido en sus oídos y el punzante dolor de cabeza. Ese golpe de Leviatán por poco le fracturaba el cráneo, estaba seguro. Ese pequeño mocoso con instintos asesinos solo lo había empujado. No podía únicamente estar molesto con Leviatán, sino también con Miston, era tan molesta su mano rodeándole la muñeca. Actuaba como si tuviera algún derecho sobre él, qué rabia.

Sus forcejeos estaban presentes, intentando con todas sus fuerzas librarse del agarre de Miston. Con frustración se quejaba, y gruñía lleno de disgusto.

—Suéltame de una maldita vez —le gritó por quinta vez.

Miston lo ignoró, ni siquiera se inmutó. Su fría mirada estaba fija en el pasillo, con un aire de una furia tan oscura como las sombras. Intentó averiguar a dónde lo llevaba, no lo supo hasta que sus brillantes ojos bajaron la mirada a una puerta cercana. Maldijo en sus interiores, luchando y aferrándose a cualquier grieta de las paredes para no ser arrastrado al interior de esa desconocida habitación. Sorpresa, no sirvió de nada.

Miston siendo muy desconsiderado, lo lanzó al interior del cuarto, con tanta fuerza que perdió el equilibrio y cayó de bruces.

—Eres un idiota —murmuró, cerrando la puerta a sus espaldas—. Te he dicho que no debes hacer idioteces y menos con Asmodeo.

Sabía que a veces Asmodeo y Miston tenían sus diferencias, por muy amigos que fueran desde la infancia sus personalidades chocaban y se abatían como un tornado. Tan unidos y tan conflictivos, lo entendía, entendía que a veces Miston se molestara de la presencia de Asmodeo, pero en ese momento no entendió por qué estaba tan molesto.

—Nunca lo has dicho, te recuerdo que has sido tú el que no dejaba de repetir "es matar o morir" —le respondió como una excusa.

Sabía que era una excusa. Sabía que su padre había prohibido las matanzas, pero es que no entendían que se lo merecían, es que no entendían cómo era ser borrado en un número más.

Lo observó.

Seguía tan furioso, aunque le pareció que asesinar a más de veinticuatro humanos no era el acto que lo tenía de ese modo, parecía ser algo más. Intentó recordar en qué momento le había ofendido nuevamente, en qué momento metió la pata, pero es que no había nada. Como si de la nada le hubiera dado razones para molestarse.

—No estás molesto por la matanza, ¿cierto? —preguntó levantándose poco a poco del suelo—. ¿Qué es lo que hice mal ahora?

Su mente se inundó de confusión, cada vez entendía menos la actitud de Miston ese día. ¿Qué le pasaba?

La respuesta de Miston no llegó, parecía que nunca lo haría, su boca seguía cerrada en una mueca amarga.

Gruñó a lo bajo ya cansado de todo eso. No tenía ningún derecho sobre él, ya no era un niño al que cuidar por obligación, él ya podía hacer lo que le diera la jodida gana. Además, cualquier problema que tuviera Miston ese día no era asunto suyo, que fuera a volverle la vida imposible a alguien más, a su madre, por ejemplo. Ya había dicho que lo odiaba, qué más quería para dejarlo en paz.

Sin esperar ya respuesta de él, soltó un bufido de fastidio. Estaba listo para largarse de esa habitación si Miston no tenía nada más que decirle, listo para abrir la puerta, pero no. Miston lo detuvo de nuevo, tomó su muñeca para posteriormente darle un empujón de vuelta al interior de la habitación.

A raíz del odio [Ya a la venta ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora