CAPÍTULO 2

28 4 0
                                    

Los años habían pasado, el tiempo parecía escaparse veloz, aunque había pasado mucho tiempo desde el nacimiento del segundo príncipe, el pequeño solo contaba con cuatro años de edad.

Miston se ocultaba en su sitio habitual, detrás de los matorrales, observando con detenimiento a Perséfone y a su pequeño hermano.
Ambos descansando en el pie del único árbol de la estancia. Perséfone reía con alegría, jugando en compañía del pequeño. Él sonreía, adorando estar al lado de su madre, adoraba jugar y hablar siempre con ella. Una escena adorable a la vista.

Ameimon no era como otros niños del submundo, tanto Miston como todos los demás lo notaban. Era muy dulce, tanto que desprendía vulnerabilidad. A lo que su físico andrógino no ayudaba, o su cabello con leves rizos de un largo considerable sobre los hombros. El cual solo lograba remarcar sus rasgos femeninos y darle más la apariencia de una niña que de un niño.

Miston creía que llegaba a ser molesto, pero en el fondo aquello le parecía preocupante. Ese niño no sería capaz de cuidarse por sí solo y en su mundo eso era la muerte.

—¿Otra vez los vigilas? —se escuchó una vocecita en susurro, de un niño acercándose a sus espaldas con sigilo.

Miston no se sorprendió, oyó sus pasos desde que se encontraba en el pasillo. Él aún no sabía ser completamente sigiloso en sus movimientos.

—Tú también lo haces —comentó Miston, girando su cabeza a su lado derecho, donde el niño había tomado sitio.

Era Asmodeo, hijo único de una de las familias con más importancia en el submundo. Consecuencia de la posición de su familia, Asmodeo se relacionaba ampliamente con el príncipe heredero, Miston Samael. Tanto que hasta nació una amistad un tanto conflictiva.

Asmodeo parecía relucir con su físico. Su cabellera sedosa era de un rojo brillante en dorado, se trataba de una combinación armoniosa entre ambos. Sus ojos eran oscuros con un toque dorado, relucían como si de una oscura cueva llena de oro brillante se tratara. Y poseía una piel bronceada en un tono sutil de canela.

En comparación con Miston, Asmodeo era mucho más apuesto, incluso siendo más joven. Miston, al contrario de este, tenía una apariencia mucho más oscura. Su cabello era de un púrpura oscuro, ennegrecido en las raíces, sus ojos compartían ese tono profundo, mientras que su piel resaltaba con una tonalidad blanca, levemente pálida.

—Adoro a tu hermano, es divertido —se excusó con una sonrisa, reprimiendo el reír al apreciar la mueca de Miston.

No sabía qué era lo que más le molestaba de Asmodeo. Podía ser su actitud inmadura que siempre lograba meterlos en líos, ante sus locas ideas; que actuara como si el hecho de ser hijo de una familia noble lo hiciera superior y digno de tener lo que se le antojase; o tal vez, era la actitud que adoptaba si de Ameimon se trataba. Lo trataba de manera amable y a veces dulce.

—Créeme, sé que lo adoras —lo miró con una mueca seria, sin evitar disgustarse ante su notable adoración.

Asmodeo le devolvió la mirada sonriendo, divertido ante la mueca seria del príncipe. A veces se preguntaba si no tenía más expresiones que las serias y aburridas, o las sonrisas y risas burlonas. Divertidas de una manera a veces sombría. Nunca había visto que expresase otra emoción y no esperaba verlo.

—Ya lo veo, pero no he venido a espiar a tu hermano junto a ti. Me gustaría que nos honraras con tu presencia hoy, Nisroch nos espera en el círculo —le propuso con una sonrisa confiada. Ya que sabía cómo convencerle si planeaba rechazar la propuesta—. Claro, si no está tan ocupado cuidando a su querido hermanito.

Miston lanzó una mirada de ojos entrecerrados. Odiaba cuando Asmodeo insinuaba que le interesaba Ameimon, eso le haría verse débil y él no lo era, pero sí que estaba consciente de que el interés hacia su hermano no había desaparecido desde que nació.

Sus insinuaciones no eran necesarias para lograr convencerle de ir con él, después de todo, si no fuera por Miston, él y Nisroch ya estarían muertos o heridos hacía ya bastante tiempo.

No respondió nada ante la propuesta, no hacía falta, simplemente se puso de pie, logrando llamar la atención de su pequeño hermano y Perséfone.

Escuchó su voz, la pequeña vocecita aguda de Ameimon, llamándole. No tenía que voltear para saber que él sonreía, esperanzado en que volteara y correspondiera sus gestos. Ni para saber que Asmodeo, que se puso de pie después de él, al ver a su hermano le sonrió amablemente antes de emprender su camino junto a Miston hacia la salida de la habitación.

En camino hacia el círculo.

A raíz del odio [Ya a la venta ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora