CAPÍTULO 22

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Sus ojos se abrieron lentamente en un perezoso proceso, tanto que no le tomó atención a la imagen medio borrosa por la luz que se encontraba presenciando. No recordaba el momento en el que se había quedado dormido.

Su mente continuó en blanco, recuperando posteriormente los recuerdos de la noche anterior, volviendo a su mente junto con la conciencia de su cuerpo. Sintiendo cómo este estaba cubierto por una manta afelpada que Wues le había dejado antes de irse.

Se quedó unos segundos apreciando la imagen que tenía ahora de aquella casa, se podía apreciar mejor cada detalle gracias a la luz del día que entraba por las ventanas.

A través de estas se podían ver algunas ramas de árboles moviéndose al ritmo de una leve brisa entre destellos brillantes del sol filtrados entre las hojas.

La habitación estaba en silencio, acompañada de aquellos asientos tapizados en las cercanías del espejo extraño que tantos problemas le había causado hacía unas horas. Este seguía reflejándolo, haciéndole más confuso entender qué diablos era ese espejo.

Parecía un espejo, pero podía producir sonidos y pintarse de colores e imágenes que podían moverse, era sumamente extraño. A los humanos sí que les gustaba hacer juguetitos raros.

Todo se veía tan brillante, que le costó por un momento acostumbrarse a tal luz. Sus ojos estaban ya familiarizados con la penumbra del submundo.

Movió su cuerpo, quitándose la manta de encima e incorporándose de pie entre aquella habitación.

Parecía que no había nadie, no percibía ningún sonido. Por un momento pensó en la posibilidad de que ese hombre se hubiese ido en la noche y con él se llevara a su hermano lejos, donde tardaría una docena de años en volver a encontrarle.

Su presentimiento preocupante se interrumpió por un sonido de pasos en el piso de arriba.

Era un alivio, su hermano seguía allí.

Emprendió su camino por la casa, observando curioso cada rincón, o en simples palabras, todos los rincones. Había un ambiente diferente en ese sitio, junto a tantas cosas que desconocía, como la caja que parecía un espejo, o el segundo aparato que no entendía qué podría ser. Era un artefacto plástico por lo visto, con una extraña forma, que se encontraba recostado en una base de la misma dimensión.

Se dispuso a tomar el objeto en sus manos, tenía botones y una pequeña ventana extraña.

Su curiosidad le llevó a presionar uno de los botones, a lo que un sonido de pitido salió del artefacto y en la pequeña ventana apareció brillante el número que había pintado en el botón, nuevamente no sabía qué mierda era lo que tenía en sus manos.

Entre más botones oprimía y números aparecían, más curiosidad le daba, pero un sonido de pasos interrumpió su jugueteo, empujándole a dejar el objeto donde lo había tomado. Aparentando no haber estado husmeando en esa habitación sin el más mínimo respeto, lo que no tenía interés de mostrar encontrándose en una casa donde habitaba un miserable humano.

—Ya despertaste —se escuchó la voz de su hermano, viéndole mientras bajaba las escaleras—. Mi padre ha salido. Así que puedes sentirte más cómodo de estar en la casa con total libertad —mencionó con una sonrisa cálida, como si lo conociera de toda la vida.

Pero eso no llamó su atención, ahora esta estaba sobre la palabra que había pronunciado.

"¿Padre? ¿Le está llamando padre a ese humano? Esto debe ser una broma, una broma de muy mal gusto"

—Tal vez te gustaría hablar un poco y cono... —seguía hablando sin notar la gran mueca seria que había aparecido en su rostro.

Lo interrumpió sin importarle que hablara de esa manera tan serena.

A raíz del odio [Ya a la venta ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora