CAPÍTULO 13

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Sus ojos se abrieron lentamente, adoloridos y cegados por una brillante luz. Sobre su cabeza, una bombilla fosforescente desprendía una luminosidad enfermiza, que se mezclaba con el blanco pulcro del laboratorio.

Giró con cuidado la cabeza, buscando con la mirada la presencia de sus torturadores, pero lo que encontró fue su propio reflejo. Sobre un recipiente metálico brillante sobre la mesa junto a su camilla; su cabello estaba desordenado, humedecido por todas las veces que había llorado, algunos mechones se pegaban a sus mejillas; sobre su boca se encontraba una mascarilla plástica que le permitía respirar con más facilidad. Se veía tan pálido y enfermo. Lo único que destacaba de su enfermizo rostro eran aquellos ojos, sucumbidos en un tintado negro, donde sobresalía brillante el verde de sus iris.

Su mirada se encontró con un instrumento junto al recipiente platinado, un artilugio similar a una cuchilla afilada. Aquel artefacto se tambaleó, produciendo un leve golpeteo, temblaba y se tironeaba hasta que logró levantarse en el aire con un torpe tropezar. Su filo brillante se acercó, hasta rozar las ataduras de su muñeca derecha, de un rápido movimiento, cortó limpiamente la correa de cuero. Sobre su muñeca una marca roja empezó a sangrar, pero no le importó, no sintió dolor.

Sus dedos se cerraron, sujetando aquella cuchilla que flotaba en el aire con fuerza, tanta que sus nudillos se colocaron blancos y el corte de su muñeca sangró con más intensidad. Sin perder el tiempo cortó las demás ataduras que lo obligaban a postrarse en la fría cama de metal.

Sentía su cuerpo entumecido, tan débil y pesado que le costó sentarse, entre tambaleos pesados lo logró. Luego levantó la mirada a su muñeca sangrante indiferente, limpiándose la sangre contra su bata blanca. La cortada se curó con aquel acto. Aturdido, observó su propio cuerpo lleno de cables y agujas que se enredaban y atravesaban su piel como si fueran serpientes hambrientas de sangre. Todas y cada una de ellas las retiró a tirones amargados, tirándolas al suelo con furia contenida dentro de su pequeño y debilitado cuerpo. Lo último en caer al piso con un golpe seco fue la asquerosa mascarilla con restos de sangre seca.

En el borde de la camilla, bajó primero sus pies con cuidado, intentando cautelosamente mantenerse de pie. Sus piernas debilitadas solo soportaron su peso unos segundos antes de flaquear y caer sobre sus rodillas en el brillante suelo blanco.

Un ruido llamó su atención, tal vez atraído por sus movimientos. Levantó la cabeza al mismo tiempo que la puerta producía un chasquido y se abría lentamente como la llegada de su propia muerte. El hombre de bata y su asistente entraron, con miradas atónitas a la vez que furiosas al verle, pero algo pasó, algo se despertó en el interior de los malignos pechos de los científicos al cruzar sus miradas con la de él. La expresión de los dos hombres cambió, desconcertados retrocedieron primero un paso y luego al límite de querer salir huyendo por el interminable pasillo blanco a sus espaldas.

Fueron demasiado lentos.

Una fuerza invisible impactó el cuerpo del hombre de la bata, lanzándolo por los aires como si se tratara de un pequeño muñeco de trapo, el cual terminó impactando contra un extremo del laboratorio. Las luces sobre sus cabezas parpadearon, y explotaron, rodeándolos de chispas y cristales que cayeron al suelo en mil pedazos. En la oscuridad el ayudante del hombre de la bata agrandaba sus ojos con miedo, un miedo que para su desgracia lo petrificó en la entrada de ese caótico laboratorio. Su cuerpo, como si recuperara las fuerzas, se movió veloz, lazándose cobre el cuerpo asustado del humano, y cayendo sobre su pecho, en cuanto sus manos sujetaron su cabeza con firmeza, la desprendió. Rompió los huesos de su cuello, rasgando su piel y musculatura como si él fuera una tela vieja. El cuerpo decapitado cayó al suelo convertido en una fuente de sangre roja y caliente. Sintió las gotas de sangre cayéndole encima, manchando sus mejillas y mojando su pelo, así como sintió el peso de la cabeza que sostenía entre sus manos, la cual drenó sobre sus pies un chorro de sangre y formó un pequeño charco.

A raíz del odio [Ya a la venta ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora