CAPÍTULO 16

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Despertó con un sobresalto tan violento que por un instante sintió que caía por un profundo vacío oscuro. Incorporado sobre la cama, sus manos estrujaron las mantas, sintiendo aquel frío húmedo recorriéndole el cuerpo con la presencia de una leve capa de sudor sobre su piel. Tardó un momento antes de comprender lo que sucedía, había despertado de una pesadilla.

Con los ojos húmedos en vívidas lágrimas buscó en la oscuridad de su habitación, observando cada esquina oscurecida por la noche, intentando asegurarse de que nada se escondía tras esas sombras. Le aterraba la idea de ver el brillo de una aguja o el blanco enfermizo de una bata.

Tuvieron que trascurrir unos segundos para que su paranoica respiración agitada se calmara, su mente serenara las ideas y fuera consciente de sus garras aferradas a las mantas de su cama. Sintió al leve cosquilleo molesto picarle sobre la marca de su hombro, como si su sueño la hubiera alertado a volver a sangrar.

Aturdido llevó sus dedos a su espalda, acariciando la marca de números permanente en su piel. Odiaba tanto tener esa cicatriz de recordatorio, odiaba tanto que no se fuera nunca.

De una forma que ya se sentía rutinaria se incorporó en la cama y se levantó, sin importarle ser silencioso. Sentía el angustiante sentimiento de que su pesadilla tomaría forma frente a él, en el mundo real. Se sentía agotado de ser perseguido por esas imágenes de tortura, lo hacían sentir abrumado, inseguro de su entorno, vulnerable y solo, sin importar dónde se encontrara no podía escapar de su propia mente.

Había emprendido un conocido camino por los pasillos iluminados con pequeñas antorchas. Eso le parecía agradable, era muy diferente a la cruel luz de una bombilla fosforescente. El fuego desprendía un calor que por poco lograba alejar una sensación fantasma de ser pinchado por agujas o atado por sus extremidades.

Casi quería gritar en espera de que esas sensaciones pararan, pero no quería provocar un desastre sin desearlo. De igual forma solo fue una pesadilla, una tonta pesadilla

Su camino finalizó frente a una puerta que reconocía tan bien, aunque fuera idéntica a otras decenas de puertas en aquel pasillo cercano a la habitación de Miston. Al intentar tomar la perilla de la puerta fue testigo de cuanto le temblaban los dedos, vibrando en involuntarios espasmos que lo hacía sentir mucho más atrapado. Con un suspiro abrió la puerta, intentando ignorar el descontrol de su propio cuerpo.

La habitación era de un considerable tamaño, sin poseer muebles de ningún tipo, ni una cama siquiera, en lugar de eso, se encontraba llena de huesos, esparcidos por el suelo o en pequeñas montañas apilados. Sin saber la razón, se sentía un poco más tranquilo rodeado de los huesos que había coleccionado con los años, sabía que su hermano botaba algunos cuando tenía la oportunidad, pero aún así seguía teniendo la misma cantidad, siempre conseguía nuevos cuerpos para su colección.

Detrás de él cerró la puerta, y ya en su lugar seguro se permitió doblegarse ante su cuerpo, cayendo de rodillas sobre el poco suelo despejado de blancos huesos. Apartando otros cuantos se recostó sobre la fría piedra de la habitación, un frío que no le importaba, esperaba que con él la pesadilla que abrumaba su mente se fuera, por lo menos por un tiempo. Entre sus manos tomó un blanco cráneo de hueso levemente rasposo. Miró las cuencas de sus ojos con atención, eran oscuras, vacías.

Sabía que en algún momento ese cuerpo debía de haber tenido vida, quería pensar que ese humano sería diferente a los del Vaticano, pero no podía olvidar lo cruel que llegaban a ser, al menos ese era solo un esqueleto, no podía lastimarlo. Lo acompañaba y custodiaba como un guardián.

Le pareció escuchar la voz de su hermano, pero no le tomó importancia, tal vez era su imaginación por encontrarse adormilado, esa noche le había costado tanto volver a dormir, y cuando al fin lo logró ya estaba por amanecer. Seguía agotado.

A raíz del odio [Ya a la venta ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora