CAPÍTULO 18

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Un molesto tacto en su mejilla le hizo torcer su expresión en una mueca, no tenía ganas de abrir sus ojos en esos momentos, aunque aun así la incomodidad de los pequeños tactos poco a poco lograba despertarle en contra de su voluntad.

Aquello llegaba a ser tan rutinario, un suceso rutinario bastante irritante.

—¿Qué quieres? —preguntó en un murmuro adormilado, apartando esa mano que no dejaba de picar su mejilla.

Sin siquiera pensarlo tomó nuevamente la manta suave, ocultando su rostro y cuerpo bajo su calidez. Con ese ambiente podía sentir cómo nuevamente se quedaba dormido, pero una voz interrumpió aquella tranquilidad, evitando que su sueño volviera.

—Hoy toca caza, vamos, Mei —la voz de Kora resaltó entre el silencio en su mente. El tacto en su mejilla volvió, consiguiendo que soltara una queja—. No puedes pasarte dormido toda la vida, ¡además adoras cazar!

Notó cómo una mueca se dibujaba en su rostro. Se sintió tentado ante la idea de poder cazar como tanto le gustaba, aunque, sabía que no podía matar a aquellas criaturas deformes por diversión, ¿qué chiste tenía solo hacerlo por comida? Con un quejido de disgusto le dio la espalda a su hermana, a la que ni siquiera había visto, negándose a abrir sus ojos. Ocultó su cabeza bajo la manta, todavía planeando dormir unas horas más.

Ya sabía que era temprano, la única luz eran las velas y las antorchas. ¿Qué fanatismo tenía Kora por despertarle a esas horas?

—No le diré a Miston que me ayudaste, ¿aceptas? —escuchó su voz.

El movimiento le reveló que había subido a la cama, sin consideración, quitándole la manta de encima. De mala gana abrió los ojos por fin, como ya creía, la habitación estaba más que oscura por la falta de la tenue luz que había en el día. En verdad no entendía por qué a su hermana le gustaba hacer cosas que si quería podía hacerlas alguien más, había muchas personas dispuestas a servirles.

En verdad Kora tenía tanta adoración por esos niños.

—No me dejarás en paz hasta que acepte, ¿cierto? —preguntó en un murmuro disgustado.

Kora se recostó un poco sobre su espalda, abrazándolo con cariño como ya era común de ella. Ahora ambos tenían la misma edad, o aparentaban la misma edad. Eso, junto a los gestos que tenía hacia él, le hacían sentirse el hermano menor.

Podía presentir que para Kora él era el menor, aunque no fuera así.

—¿Cómo adivinaste? —comentó curiosa, sin soltar su cuerpo con su tierno abrazo.

Se quedó incrédulo ante su comentario. Eran usuales esos acontecimientos, pero a veces era molesto, aún así solo soltó un suspiro cansado y resignado, ya considerando aceptar ir con ella a cazar, a esas tempranas horas de la mañana. Todo un martirio.

Antes de que Kora dijera algo más, el giró su cuerpo con tal brusquedad que su querida hermana perdió el equilibrio, cayendo por el extremo de la cama al suelo. Con el sonoro golpe se sintió más complacido, dibujando una sonrisa en su rostro.

—Bien, tú ganas —dijo en el mismo momento, levantándose de la cama, ya sin quejas ante la idea de la caza—. Iré contigo.

Volteó a ver a su hermana, tendida sobre el suelo junto a la cama. Algunos mechones de su larga cabellera pelirroja se encontraban sobre su rostro, en el cual sus delgados labios rosados dibujaban una mueca seria, como si en ese momento llegara a cuestionarse su propia existencia, observando fríamente el techo con sus ojos negros.

Ella había heredado la belleza que había visto en su madre y el carácter fuerte de su propio padre.

—¿Te quedarás a dormir en el suelo? —le preguntó, esta vez sonrió de forma burlona.

A raíz del odio [Ya a la venta ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora