Capítulo 50: Hijo Calestial

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¿Cómo ser humano?

Su mundo siempre estuvo repleto de luces. La luz era un elemento constante en sus días, pues era todo y lo único que conocía. Estaba tan adentrado en ese elemento, que él mismo era luz, era su única identidad, ya que carecía de un nombre como tal. Hasta que un día clamó por el nombre de su madre, y esta le respondió mientras lo tomaba en sus brazos; fue el día en que nació.

Sin embargo, no mucho cambió después de ello, pues seguía rodeado de un gran resplandor que lo hacía ciego, además de carecer de una identidad. La principal razón de aquello, era porque su madre consideraba que solo así podría estar a salvo de las corrupciones que habitan en el universo. Pero en su joven corazón, el mundo podría ser tan perfecto, sin importar que tan corrupto fuera. Por eso mismo deseaba salir de su hogar para conocer el mundo y experimentarlo directamente.

Fue entonces que decidió salir de la seguridad que le ofrecían, en un momento en que nadie lo vigilaba, para poder ver lo que existía más allá de lo que conocía. Apenas pudo salir un poco de su casa ya se encontraba fascinado con tantos colores, formas, texturas y olores. Su casa estaba rodeada por flores, en medio del agua, entre grandes y extensas colinas. El verde del suelo era fascinante, el azul del cielo era envolvente. Sentir el agua entre sus manos era de lo más extraño. Le recordaba de cierta forma a los enormes mechones de cabello que poseía su madre; los cuales trataría de tomar entre sus pequeñas manos, pero terminarían por deslizarse sin que pudiera aferrarse a ellos. El lodo era similar, pero al mismo tiempo un poco desagradable; y le encantaba que fuese así, pues ello significaba experimentar un nuevo sentimiento.

Estaba tan fascinado con el pequeño mundo recién descubierto, que casi era atrapado en el acto. Aunque logró regresar a su casa, en ocasiones volvía a escapar, e iba cada vez más lejos, hasta el día en que no pudo volver. Cuando el sol cayó, aun se encontraba en un mundo lleno de colores similares, sin cambios suficientes en el paisaje que le dieran una indicación a donde debía dirigirse.

Vagó por mucho tiempo y procuró no preocuparse demasiado. El paisaje triste y aburrido terminó por transformarse en uno nuevo luego de un tiempo. Se trataba de uno totalmente verde, con una gran cantidad inmensa de árboles gigantescos. Aquel nuevo mundo era incluso aún más fascinante que el anterior. Incluso si los colores eran mucho más simples y las formas más generales, sentía que en ello había una autenticidad de la que carecía el páramo que rodeaba su hogar.

Sin que nada ni nadie lo detuviera, exploro tanto hasta encontrarse con una serie de edificios pequeños, todos del mismo tamaño y forma. De cierta forma le recordaban a su casa, pero al entrar en ellas, descubrió que de hecho no eran tan espaciosas como esperaba. Su tamaño en el interior era el mismo que se mostraba en su exterior, y carecía de las maravillas y los colores que usualmente solía apreciar. También se sintió fascinado por sus habitantes, los humanos, quienes iban de aquí para allá mientras realizaban mil actividades sin poner atención a su presencia.

El que fuera invisible ante sus ojos le dio la ventaja de poder observar lo que ellos realizaban desde muy cerca. Descubrió cosas como la caza, la agricultura, la construcción, las artesanías, y el amor. Aquello ultimo era lo que más extraño le pareció entre las tantas cosas que pudo observar. El resto de cosas tenían un objetivo claro en sus vidas: ayudarlos a sobrevivir, pero las relaciones entre las personas no les proporcionarían un techo o alimento, sin embargo, parecían ser indispensables en sus existencias.

Un día se encontró con un par de personas que se mostraban afecto como si se tratara de lo más importante en sus vidas. El muchacho sostenía a la chica entre sus brazos, como si temiera que ella se fuera si la soltaba, mientras que ella se aferraba a los labios de él, como si quisiera fusionar sus cuerpos. Le causaba una curiosidad profunda, hasta el punto en que quiso experimentar aquello más que cualquiera de las otras cosas.

Merlín y Arturo (+18)©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora