Me acercaba a la puerta este de Tullen, aun recordaba las lágrimas que las princesas habían derramado. Me sentía un poco mal pero tenía que acudir a la carta de Julius.
Manteniendo el fresco recuerdo de las lágrimas derramadas por las princesas, me encontraba a pocos metros de la puerta este de Tullen, donde habían unos cuantos caballeros esperándome. Al verme, ellos acercaron un caballo blanco hacia mí pidiendo que lo montara. Lo monté y nos pusimos en marcha.
La carretera de piedra por donde circulábamos pronto se vio llena de gente que me veía y me despedía con gran ánimo, puede escuchar varias veces que rezarían por nosotros para derrotar a la Iglesia Norgay. Al parecer, los ciudadanos de Tullen tenían algo contra Norgay.
Durante nuestro trayecto pasamos por la catedral donde Sheila permanecía. No obstante, no la vi. Incluso me bajé del caballo y fui a la catedral y le pregunté a un sacerdote si sabía el paradero de Sheila, el sacerdote no sabía dónde se encontraba y según él, Sheila no había aparecido en la catedral durante poco más de tres semanas.
Como no podía alargar más mi presencia en la catedral, le agradecí al sacerdote, salí de la catedral, monté el caballo blanco y salí de Tullen acompañado por unos cuantos caballeros y soldados.
A las afueras de los robustos muros de piedra de Tullen se encontraba el ejército de refuerzo y los suministros que Julius solicitó con urgencia. Con mi caballo quise ir al frente de la formación pero fui detenido por los caballeros que actuaban como mi escolta y me dijeron que me fuera al centro de la formación.
No pude dar queja alguna, pues, los caballeros en Ross tenían cierta autoridad en la nación. Así que preferiría no causar problemas a pesar de que supuestamente yo era el que tenía una autoridad más grande que la de Julius.
Me dirigí al centro de la formación y me posicioné. Poco después de hacerlo, un cuerno sonó y luego dos más sonaron. Los oficiales a cargo de las unidades de cien hombres y los caballeros daban gritos a sus unidades diciendo a sus subordinados que se mantuvieran a espera de órdenes.
Uno de los generales a cargo de este ejército se me acercó.
"Mi señor, por favor dé la orden de avanzar"
Yo lo miré confuso, pues se suponía que él y los demás generales debían de dar las ordenes, no yo.
"Pero ustedes dan los órdenes, ¿no?"
El general asintió.
"Pero esta es una ocasión especial" dijo.
Me encogí un poco de hombros y tomé aire, mucho aire.
Los caballeros escolta me miraron, los soldados, oficiales y todo aquél que se encontraba cerca de mí, voltearon a mirarme fijamente.
Y en un gran rugido, en donde los de antaño creerían que era el rugir de los dioses, grité.
"¡Avancen!"
Después de mi grito no hubo ningún ruido, a excepción de las respiraciones de todos los hombres. Unos segundos pasaron y toda la formación empezó a moverse como una sola. Se escuchaba el roce del metal de las armaduras de los soldados, los cascos de los caballos al pasar sobre pequeñas piedras, suspiros de uno que otro soldado y las alegres conversaciones entre los amigos.
Se podría decir que aquél ambiente se asemejaba más o menos al de la camaradería, pero, no se podía dejar de lado la tensión que se generaba entre los hombres al saber que una batalla pronto podría suceder, manteniendo siempre en alto su guardia y vigilando con cautela a todos lados para reaccionar rápidamente a un posible ataque enemigo.
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El surgimiento de un guardián
FantasíaLuego de entrar en un estado de sueño debido a una máquina de criogenización, Julian Esteban Hernandez Piñeros despierta en un mundo que ya no es el que él conoce. Las armas de fuego no existen, la tecnología que conocía son solo los vestigios de lo...