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Unos gritos me sobresaltaron. Me desperté de golpe mientras oía todas las puertas de la casa abriéndose. Me dolía la cabeza, pues me había acostado todavía algo bebida y me costó entender lo que estaba pasando. Estaba amaneciendo. El reloj de mi mesita de noche marcaba las siete de la mañana.

La puerta de mi cuarto se abrió y entraron unas cabreadas Rebeca y Sara. Comenzaron a gritarme y yo todavía no entendía la situación.

— ¿Podéis no gritar? —pedí— Me duele la cabeza horrores.

— ¿¡Que no gritemos!? ¿¡Tú sabes el susto que nos has dado!? —habló Rebeca, elevando la voz.

— ¿Cómo se te ocurre desaparecer sin decir nada? —dijo Sara, sentándose a los pies de mi cama.

Yo me incorporé un poco y resoplé. Tenían razón, no las había avisado y estaban en su derecho de enfadarse conmigo.

— Tenéis razón...—suspiré—...es que...

— Ya sabemos lo que ha pasado.—Sentenció Rebeca. Yo la miré desconcertada—. Damiano nos lo ha contado.

— ¿Cómo? —el dolor de cabeza se me fue de golpe.

— ¿Quién cojones era el tipo ese que te estaba molestando? —Rebeca también se sentó en mi cama—. Damiano dice que parecía que lo conocías.

— Joder, menudo bocazas...—resoplé.

— ¿Bocazas? —Sara me miró enfadada— Te ha salvado de un idiota que te estaba molestando y te ha acompañado a casa.

— ¡No, perdona!—alcé la voz—. No ha sido así exactamente.

— Pues a ver, cuéntanos. —Rebeca se cruzó de brazos.

— Bueno, a ver...—me aclaré la garganta—...salí a fumar y me encontré a Dani...

— ¡Lo sabía! ¡Qué hijo de satanás! ¡Joder! —maldijo Sara.

— Bueno el caso... —continué— ...lo tenía todo controlado y de repente apareció Damiano y me vio darle una patada en la entrepierna y un puñetazo en la nariz.

— ¿Que lo tenías todo controlado? —Preguntó Sara.

— Según Damiano te tenía pegada a la pared sin poder moverte...—Rebeca me miró con preocupación.

— Bueno, sí, pero me hubiera liberado más temprano que tarde, yo... —me puse nerviosa.

— Para, Alma —Rebeca me cogió de las manos—. ¿Estás bien?

Rebeca sabía cuando estaba fingiendo estar bien, así que esa pregunta me hizo recapacitar y, sin querer, solté una lágrima que bajó por mi mejilla. Pensándolo con retrospectiva, había sido un momento bastante peligroso, aunque todo pasó demasiado deprisa. Mis amigas me abrazaron y yo agradecí tenerlas a mi lado, a veces pensaba que no las merecía.

— Igual Damiano sí tuvo que ver y me ayudó algo... —dije una vez recompuesta.

— ¿Entonces también es cierto que te acompañó a casa? —preguntó Rebeca.

— Sí, yo me negué, pero fue demasiado insistente así que se limitó a seguirme de lejos, parecía un jodido acosador. —Expliqué mientras gesticulaba.

— Tía...—Habló Sara— Me parece un gesto extrañamente precioso.

— ¿El qué? ¿Que te siga un tío por la calle? —Resoplé y me crucé de brazos.

— Alma —Rebeca me miró a los ojos— Le pediste que no te siguiera, o bueno, conociéndote seguro que le gritaste y aún así te acompañó en la distancia hasta que entraste al portal, no me digas que no es bonito, porque lo es.

Bed of roses · Damiano DavidDonde viven las historias. Descúbrelo ahora