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— ¿¡Pero por qué os vais!? —Grité, algo cabreada con mis amigas.

— Porque viene Damiano, y así os dejamos solos para que habléis. —Respondió Sara.

— O para que hagáis lo que queráis. —Dijo Rebeca, levantando las cejas varias veces, en un intento fallido de parecer sensual.

— Solo voy a abrir la puerta, coger mi chaqueta y cerrar de nuevo. —Me crucé de brazos.

— Ya...—Ambas se rieron.

— Buenos nos vamos ya que son las once menos diez. —Sara iba empujando a Rebeca.

— ¡Y vigila la comida que está en el fuego! —Me mandó Rebeca, justo antes de dar un portazo.

En ese momento solo quería ahogar un grito de desesperación. De hecho iba a gritar cuando sonó el timbre. Pensé que las inteligentes de mis amigas se habían dejado las llaves, pues acababan de salir por la puerta, así que abrí sin más.

— ¿Qué os habéis deja...? —Me quedé callada al descubrir que no eran mis amigas.

Al ver a Damiano sonriendo al otro lado, volví a cerrar de golpe.

— ¡Oye! —gritó desde el otro lado—. ¡Casi me das en la nariz!

Apoyé mi espalda en la puerta y me pasé la mano por el pelo.

— Joder...—susurré.

— ¿¡Oye quieres tu chaqueta o no!? —Dio un par de golpes con el puño en la puerta.

— ¡Sí! ¡Déjala en la puerta que ahora la cogeré! —Le indiqué.

— ¡No seas ridícula! —el italiano se estaba riendo— ¡Ábreme, va!

No pude negar que llevaba razón, estaba comportándome de una manera un poco absurda, así que decidí abrir la puerta, dispuesta a arrebatarle mi chaqueta de las manos y cerrarle de nuevo en las narices, y eso hice. Pero para mi sorpresa, Damiano llevaba mi chaqueta puesta, bueno, más o menos porque no le entrada del todo por los hombros.

— ¿¡Qué haces!? ¡Me la vas a hacer grande! ¡Quítatela! —Le ordené.

— Me la quito dentro que aquí hace frío. —Me sonrió, triunfal.

Decidí que era absurdo seguir con esto y me aparté de la puerta para que el italiano entrase a paso tranquilo, sonriendo de oreja a oreja.

— ¿Contento? —pregunté— Ahora quítate mi chaqueta.

Hizo lo que le pedí y la apoyó en el respaldo de uno de los sofás.

— Ahora, hablemos. —Me invitó a sentarme.

No le hice ningún caso, así que se sentó él y dio un par de palmadas justo a su lado para que, por fin, me sentase, y lo hice, pero no donde me había indicado él, sino en el reposabrazos, alejada del italiano.

— ¿De qué quieres hablar? —me crucé de brazos—. Ya me contaste lo de Lucas, ya está todo dicho.

— Quiero pedirte perdón. —Me miró a los ojos. Yo levanté las cejas, incrédula—. Perdón por haber sacado el tema de esa manera, que me tuvieses bloqueado no me daba derecho a decir lo que dije delante de todos.

Me quedé en silencio. Damiano David, el narcisista egocéntrico se estaba disculpando.

— ¿Vas a decir algo? —Me preguntó.

— Acepto tus disculpas —hablé, sincera—. Ahora ya puedes irte.

— ¿Y ya está? —Sonaba algo desesperado—. ¿Eso es todo?

Bed of roses · Damiano DavidDonde viven las historias. Descúbrelo ahora