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La jornada de trabajo acabó una hora antes. Roberto nos dejó salir para estar listos a la hora de la cena. A veces me preguntaba cómo había llegado tan lejos en su carrera con lo mucho que le gustaba salir. No me malinterpretéis, era buenísimo en su trabajo, pero organizaba demasiadas "cenas oficiales" a mi parecer.

— No quiero ir....—lloriqueé mientras me tiraba en la cama de Rebeca con el albornoz puesto.

— Llevas quejándote desde que hemos salido de la oficina —Resopló Sara—. No seas pesada, vas a ir, y lo sabes.

— Vas a venir porque viene Lucas y estás tontísima desde ayer cuando lo conociste. —Rió Rebeca.

— No exageres —me defendí—. Solo lo veo guapo, nada más.

— Damiano se comportó como un imbécil....—comenzó Sara.

— ¿Verdad? —me incorporé de un salto.

— No me has dejado acabar —prosiguió—. Pero, a mí tampoco me gusta la gente que habla tanto.

— Opino igual. —Añadió Rebeca, abriendo el armario de par en par.

— Igual simplemente estaba nervioso y por eso habló tanto, yo que sé. —Le defendí.

— Te recuerdo que sueles elegir fatal a los tíos. —Me advirtió Rebeca.

— ¡Ah, que ahora será mi culpa que todos resulten ser idiotas! —Resoplé.

— Todos los tíos son iguales, pero tú tienes un puñetero imán para los más imbéciles.

— Ahí tiene toda la razón. —Afirmó Sara con la cabeza.

— Gracias por los ánimos chicas.

— Pero vamos a ver, siempre puedes tirártelo y ya está, luego le das puerta. —Rebeca habló mientras se pintaba los labios.

— No me gusta el sexo sin confianza. —Me encogí de hombros.

— Nadie te está diciendo que te lo tires hoy —Sara se estaba pasando la plancha por el pelo—. Solo que no te emociones mucho por si resulta ser también un capullo, y que cuando cojas confianza y si te apetece, pues a la cama y después adiós.

— Bueno, pero ¿puedes vestirte ya, Alma? —Rebeca me pegó en la pierna.

— ¡Ay! —me quejé—. Voy...—me levanté resignada.

Llegamos las últimas al restaurante porque empecé a vestirme demasiado tarde y perdimos el metro, así que cogimos un taxi que mis amigas me hicieron pagar a mí. Cuando llegamos a la mesa me percaté de que los tres asientos libres que quedaban no estaban juntos, sino que había dos al lado de Thomas y otro al lado de Ana, la ayudante de Roberto. 

Rebeca no tardó en situarse junto al guitarrista y Sara la siguió, por lo que me tocó sentarme al lado de Ana y el director. Al menos no tenía cerca a Damiano esta vez, aunque tenía a Lucas bastante lejos, prefería aquella paz.

Nos disculpamos por el retraso y la cena comenzó sin ningún percance pero, al estar lejos de mis amigas me sentía algo aburrida y decidí salir a fumar a la calle entre el segundo plato y los postres. Nunca me levantaba para fumar en mitad de una cena, pero si no me movía algo me iba a entrar el bajón y me apetecería todavía menos salir después.

Al poner un pie en la calle me di cuenta de que Damiano estaba fuera, también con un cigarrillo entre las manos. Me maldije por haber elegido el peor momento para salir, pero intenté alejarme un poco para que no me viera.

— Estás preciosa —el italiano se acercó a mí lentamente.

Mi intento había sido fallido, desde luego esconderme no era mi fuerte. No le contesté y me limité a continuar consumiendo el cigarro.

Bed of roses · Damiano DavidDonde viven las historias. Descúbrelo ahora