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Llevábamos una hora dentro de la discoteca y el ambiente seguía extraño por lo que había dicho Victoria en la cena, o al menos para mí lo seguía estando. Sara, Rebeca, Ana, Ethan y Thomas estaban bailando, hablando y riendo, mientras que Damiano y Victoria seguían enfrascados en su conversación y, mientras tanto, yo estaba observando a todo el mundo con mi segunda copa en la mano, sentada en uno de los sofás del reservado.

Suspiré, el alcohol me estaba haciendo efecto y, como no estaba haciendo nada, me entró mucho sueño así que bostecé y apoyé la espalda en el sofá.

Al cabo de un rato vi a Victoria pasar por delante de mí, en dirección a todos los demás, cambiando su semblante serio por una sonrisa y noté como el acolchado del sofá se hundía a mi derecha.

— ¿Podemos hablar, bella? —Me susurró Damiano.

Iba a contestar cuando alguien tiró de mí con fuerza hasta lograr levantarme de golpe.

— ¡Vamos a bailar! —Rebeca seguía tirando de mi muñeca.

— ¿Ya vas borracha? —Me reí.

— Un poquito -sonrió—. ¡Vamos, venga!

Me arrastró hasta los demás mientras Damiano me seguía con la mirada, serio. Estuve un rato bailando con los demás e intentando no pensar y pasármelo bien. Lo cierto es que funcionó, al menos durante un tiempo.

Estaba agotada de bailar así que decidí salir a la terraza a fumar mientras me daba el frío aire de invierno en la cara. Tirité, pues había sudado bailando.

— ¿Podemos hablar ahora? —El l italiano se situó a mi lado.

— Habla. —Me encogí de hombros.

— Joder, Alma —renegó—. ¿Qué te pasa? Vamos, dímelo.

— No me ha quedado claro lo de Vic. —Me giré, para estar frente a él.

— ¿El qué? —Hizo como que no sabía de lo que le hablaba.

— Lo de un año obsesionado...

— ¡Oh, vamos! —parecía molesto—. ¡Victoria es una exagerada! Se refería a que te he estado buscando desde que vinimos a la oficina, nada más.

— Damiano, odio que me mientan. —Hablé, seria.

— Joder, Alma, no te estoy mintiendo —comenzó—, es solo que...

— ¿Solo qué? —Le corté.

— Mira, te voy a ser totalmente sincero.

— Ya a era hora. —Me crucé de brazos.

— Cuando nos conocimos me rechazaste.

— Lo recuerdo. —Asentí—. Fuiste un imbécil, como ahora más o menos.

— Bueno el caso es que me molestó que me rechazases —continuó—. Así que le pregunté a Rebeca, o a Sara, no recuerdo —explicó— si me daban tu número...

— Eso no es cierto, me lo habrían contado. —Volví a interrumpirle.

— Déjame acabar, joder —se cabreó—. Me dijeron que no, que si lo quería que te lo pidiese a ti, así que les pregunté cómo te llamabas en instagram, y eso sí que me lo dijeron.

— Pero...

— ¡Calla, joder! —me gritó— No te dijeron nada porque iban tan borrachas que ni se acordarán de eso...—bajó el tono— Así que te busqué en redes al día siguiente pero las tienes privadas.

— Exacto.

— Y bueno pasaron unos meses y seguía pensando en aquella española que me había rechazado y me daba mucha rabia porque no sabía por qué cojones te tenía en la puta cabeza.

Bed of roses · Damiano DavidDonde viven las historias. Descúbrelo ahora