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— Y luego se fue. —Terminé de contarles mi noche con Damiano a mis amigas, mientras desayunábamos.

Sara soltó un gritito y Rebeca y yo no pudimos contener la risa.

— ¡Tía! —Habló Sara, alargando la "a"—. Yo ya estaría a sus pies, te lo digo.

— Yo ya estaría enamorada, qué quieres que te diga. —Continuó Rebeca.

— Me gusta ir despacio, ya lo sabéis —sorbí café—. Vosotras mismas sois las que me recordáis siempre que elijo fatal a los hombres.

— Y esta noche os veis otra vez. —Aplaudió Sara.

— Sí, bueno —dije—. Hemos quedado todos. —Reí.

— ¿Os vamos a ver acaramelados? —Preguntó Rebeca.

— ¡Sois pesadísimas! —Me hice la enfadada.

— Bueno, ya vimos como te dio el besito en la frente en el trabajo —mis amigas rieron y yo las miré, confundida—. ¿Qué te crees? ¿Que no estábamos todos mirándoos?

— Os odio. —Le dediqué una mirada asesina a mis amigas. Ellas rieron.

El día pasó tranquilo, no salimos de casa en toda la tarde y a eso de las siete nos empezamos a arreglar, pues habíamos quedado con Ana y los italianos a las nueve y media para cenar.

Salí de la ducha envuelta en la toalla y me dirigí al armario en busca de un conjunto para la ocasión, cuando mi móvil vibró. Me acerqué a la cama y lo agarré. Lo desbloqueé y vi que tenía varios mensajes en el grupo que compartíamos con los italianos y un mensaje de Damiano. Sonreí. Entré primero en el grupo y vi que habían estado hablando tonterías y todos habían enviado una foto arreglándose. Todos menos Damiano y yo. Me di cuenta que era la única que no estaba ya al menos vestida.

Entré al chat del italiano una vez vi todas las fotos.

Damiano: Hola, bella.

Alma: Hola, italiano.

Damiano: ¿Vas a venir, no?

Alma: Claro, ¿por qué no iba a ir?

Damiano: No sé, no has hablado por el grupo y Sara y Rebeca han pasado una foto juntas, sin ti.

Alma: Tu tampoco has pasado ninguna foto. Es que aún no estoy lista.

Damiano: Yo estaba en la ducha.

Acto seguido recibí una foto de Damiano, de esas que solo se pueden ver una vez. Se trataba de un selfie del italiano en el espejo empañado del baño, con la toalla en la cintura, lo suficientemente baja como para darme cuenta que tenía un tatuaje con tres "x" justo en la zona baja del vientre. Observé la imagen durante unos segundos y bloqueé el móvil. Me había puesto demasiado nerviosa verle así. Mi corazón se había acelerado, mis mejillas se sonrojaron y me sentí algo estúpida por mi reacción.

Mi teléfono volvió a vibrar.

Damiano: ¿Todo bien? Sé que soy irresistible pero...jajajaja

Alma: Eres idiota.

Damiano: Solo faltas tú por enviar una foto.

Alma: Aún no estoy vestida.

Damiano: Mejor.

Alma: ¿Quieres una foto?

Damiano: La duda ofende, bella.

En aquel momento pensé que si quería jugar, íbamos a jugar, pero con mis normas. Abrí la cámara del teléfono y me posicioné delante del espejo, con el móvil tapándome la cara. Me acerqué a la vez que hacía zoom en mi clavícula, mojada por las gotas que caían de mi cabello. Inicié una grabación y fui moviendo el teléfono de mi clavícula hasta el borde de la toalla y, justo en ese momento, posicioné mi mano delante de la cámara y saqué el dedo del medio. Le di al botón de enviar y volví a dejar el móvil en la cama, para abrir el armario de par en par.

Cuando hube decidido qué me iba a poner aquella noche, recibí una contestación del italiano.

Damiano: Que sepas que me has puesto jodidamente cachondo.

Me reí en voz alta al leer en mensaje y sonreí, triunfal. No le contesté, me limité a vestirme y arreglarme, no quería llegar tarde.

Para sorpresa de todo el mundo, llegamos las primeras al local y, al cabo de diez minutos, llegó el resto. Nos saludamos todos con la mano y fueron pasando. Yo me quedé terminándome el cigarro. Creía que me quedaría sola pero Damiano decidió acompañarme, encendiéndose también un pitillo, cosa que me sorprendió ya que me había saludado algo frío, ni siquiera se había acercado a mí.

— Oye —carraspeó—. ¿Estamos bien?

— ¿Cómo? —Pregunté, frunciendo el ceño, no entendía nada—. ¿Te pasa algo?

— No, a mí no me pasa nada —se rascó la cabeza—. ¿Te ha molestado lo que te he dicho por mensaje? 

— No te entiendo, Damiano. —Estaba muy confusa.

— Me has dejado en visto —comenzó—. No sé si me he pasado o...

Comencé a reírme al darme cuenta de la tonta confusión que había causado aquella situación.

— Tenía que arreglarme si no quería llegar tarde —expliqué, entre risas—. No me ha molestado haberte puesto...—me aclaré la garganta—. No era mi intención, pero no me molesta, todo lo contrario.

— ¿Todo lo contrario? —Me lanzó una de sus típicas sonrisas de medio lado mientras se acercaba peligrosamente a mí.

— Damiano...—susurré.

El italiano se iba acercando cada vez más, hasta rodearme la cintura con su brazo izquierdo.

— Alma...—me imitó, cuando ya estábamos a escasos centímetros.

— Para... —pedí, con un hilo de voz.

— ¿Estás segura?

— ¿¡Entráis o qué!? —Gritó Victoria— ¡Uy, perdón!

Nos separamos riéndonos y nos adentramos en el local.

La cena transcurrió tranquila, entre risas. Estaba en una nube, me lo estaba pasando genial. Mi grupo de amigos había crecido y me sentía totalmente cómoda con todas y cada una de las personas que estaban sentadas en la mesa. Damiano y yo no parábamos de intercambiar miradas y sonrisas, sentía mariposas en el estómago y, por primera vez en la vida, no quise reprimirlas.

— Bueno —habló la bajista—. ¿Vosotros sois algo ya o qué? —Nos miró al cantante y a mí.

— ¡Eso! —gritaron todos los demás.

Me sentí algo abrumada con tan directa pregunta y me limité a sonreír. 

— Victoria, eres muy pesada. —Le contestó el italiano.

— ¡Damiano, cazzo! —gritó— ¡Todo un puñetero año obsesiona... —Se calló de golpe.

Se hizo un silencio incómodo y el cantante le dedicó una verdadera mirada de odio a su compañera de grupo. Yo me quedé paralizada.

— ¿Un...año? —Rebeca rompió el silencio, preguntando lo que yo no me atreví.

Desde que llegaron a las oficinas habían pasado unos escasos dos meses, así que nadie, o al menos mis amigas y yo, entendimos aquella expresión.

— Se refiere a que ha estado desde que vinimos mareando a Alma. —Habló Ethan, intentando quitarle hierro al asunto.

— Sí, que Vic es una exagerada. —Rió Thomas.

Todo el mundo volvió a hablar poco a poco, se volvieron a crear micro conversaciones dentro de la cena, pero Sara y Rebeca no paraban de mirarme, y yo a ellas. Las tres habíamos escuchado lo que había dicho Victoria y yo me había quedado algo extraña con la situación. Damiano siguió mirándome y dedicándome sonrisas cada poco tiempo, pero yo ya no me sentía igual de cómoda que minutos atrás.

Terminamos de cenar y caminamos hacia el local donde los italianos habían reservado para festejar. Durante todo el trayecto Damiano y Victoria se mantuvieron los últimos, hablando en voz baja. Las pocas veces que me giré, parecían estar discutiendo. Tuve un presentimiento de que no iba a ser una gran noche.

Bed of roses · Damiano DavidDonde viven las historias. Descúbrelo ahora