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— ¡Dios! —exclamó Rebeca—. A mí me dicen eso y yo ya estaría en el séptimo cielo.

— ¿Cómo te sientes al respecto? —Me preguntó Sara.

— No lo sé...—Resoplé, agotada, mientras me tiraba al sofá todavía con el albornoz.

— Damiano se acaba de declarar y tú ¿"no sabes"? —Rebeca sonó decepcionada.

— No, Rebeca, no lo sé —me eché hacia delante, algo enfadada—. No sé que me pasa con el italiano y...

— Va Rebe, no seas así, la estás agobiando —habló Sara, poniéndose de mi parte—. Pero creo que sí sabes lo que te pasa, está todo ahí —señaló mi cabeza.

Rebeca se sentó junto a Sara y me lanzó una mirada de disculpa.

— Lo que pasa es que no le acabo de creer. —Expliqué.

— Eso ya lo sabemos, pero ¿por qué? —Me preguntó Sara, con cariño.

— Porque, vamos a ver —alcé las manos— ¿por qué le voy a interesar a una estrella del rock? ¡Es ridículo! —Me reí, sarcástica.

— ¿Y por qué es ridículo? —preguntó Rebeca— Eres una tía inteligente, interesante, una escritora de éxito y encima eres un cañón. —Sonreí ante sus palabras.

— Bueno, y él es el cantante de un grupo mundialmente conocido, es que no tiene sentido.

— ¿Entonces es eso? ¿Que no te lo crees y ya está? —Continuó Rebeca.

— Sí, supongo...—tomé algo de aire—...supongo que me da miedo que se esté riendo de mí y que solo quiera acostarse conmigo y ya está.

— Pero aún así te gusta. —Susurró Sara.

— Supongo, ¡no lo sé! ¡Sí!

— Claro que sí, por mucho menos ya lo habrías mandado a la mierda, que te conozco como si te hubiese parido. —Rebeca intentó destensar el ambiente.

— Pese a lo imbécil que ha sido, me parece un tío interesante —resoplé—. Es que tiene un "no se qué" que me atrae como un imán aunque haga la gilipollez más grande del mundo.

— ¡Ay, el amor! —Exclamó Sara.

Las tres nos reímos.

La noche pasó ligera; vimos un par de películas mientras reíamos y comíamos palomitas. A la mañana siguiente tenía los nervios a flor de piel, iba a ver a Damiano y no sabía cómo reaccionar después de la charla con chocolate caliente de por medio que tuvimos el día anterior. Cómo debía saludarlo, o si él me saludaría a mí de alguna manera o haría como si nada delante de los demás.

Tomé aire antes de entrar por la doble puerta del edificio. Mis amigas y yo nos dirigimos a la cocina a por un café para poder soportar el día que nos esperaba. La suerte no solía estar de mi parte, así que nada más entrar vimos a los cuatro italianos, de pie, cada uno con una taza entre las manos. Supuse que tenía que lidiar con el manojo de nervios nada más empezar el día.

Rebeca y Sara entraron saludando con una sonrisa, mientras que yo me quedé en la puerta, paralizada mientras todos me saludaban.

Sara empezó a poner una taza detrás de otra en la cafetera.

— ¡Rebe! ¡Alma! —nos llamó— ¡Id cogiendo!

Saqué valor para adentrarme en la cocina cuando Damiano se me adelantó, cogió una de las tazas de café y se acercó a mí, despacio y con su sonrisa de medio lado. Me tendió el café en silencio y yo lo acepté, algo tímida. 

Bed of roses · Damiano DavidDonde viven las historias. Descúbrelo ahora