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Estaba muy concentrada en la pantalla de mi ordenador organizando la semana siguiente de rodajes.

Al final tuve que contarles a Sara y Rebeca lo que había pasado con Lucas porque no podía ocultarle nada a mis mejores amigas y, como era de esperar, me dijeron que no confiaban en él, aunque tampoco me torturaron mucho con el tema, cosa que agradecí. Tampoco entendía muy bien qué problema tenían con él, tampoco había sido para tanto.

Lucas, por su parte, me había pedido perdón por mensaje en varias ocasiones y, para ser sincera, me estaba agobiando un poco, así que decidí contestarle algo cortante ya que sabía que los siguientes tres o cuatro días no iba a acudir a trabajar porque no había ningún rodaje planificado para entonces.

— ¡Alma! —me llamó Sara. Me giré. — Vamos a comer, ¿vienes?

Asentí y me dirigí con mis amigas a la salita. No sabía ni qué hora era, llevaba demasiado tiempo delante de la pantalla y no iba a negar que tenía bastante hambre.

La productora se encargaba de que siempre hubiese comida preparada en la nevera del pequeño comedor, así que decidimos qué era lo que íbamos a calentar en el microondas y nos sentamos alrededor de la mesa sin mediar palabra, las tres estábamos agotadas de tanto trabajo. Pero el silencio duró poco, ya que por la puerta entraron los cuatro italianos sonriendo y hablando en alto.

— ¡Hola! —Sonrió Victoria.

— ¿Podemos sentarnos? —Preguntó Thomas.

— ¡Claro! —Se apresuró a responder Rebeca.

De repente todo el mundo comenzó a hablar y entablar conversaciones, menos yo, que ni siquiera estaba poniendo atención a nada de lo que decían hasta que Sara me dio un codazo sin querer y volví en mí.

— ¡No te rías de mí! —Apuntó Ethan con el dedo a Thomas.

— ¡Eso! ¡Que tú también eres torpe! — Habló Damiano. Todos rieron.

— ¡Cuando te caíste delante de los fans! —Victoria casi se ahoga de la risa mientras hablaba.

Todo el mundo comenzó a reírse en alto, pero la risa sincera y contagiosa de Damiano se escuchó por encima de las demás, o al menos eso me pareció. Era la primera vez que le escuchaba reír. No pude contenerme y acabé carcajeándome yo también. El italiano me miró mientras sonreía y me dedicó una mirada de ¿cariño? No lo tuve claro, solo supe que no era una de esas miradas con segundas intenciones que me lanzaba desde que nos conocimos, y, desde luego, no una de esas de enfado, que eran las únicas que recibía por su parte después de que presentasen la última canción.

La comida fue sorprendentemente bien, amena y divertida. Incluso intercambié palabras con Damiano sobre temas banales. Me sentí cómoda por primera vez con él. Me extrañé.

Me quedé sola una vez todos terminamos, con la excusa de que iría al servicio antes de volver al trabajo, pero lo cierto era que necesitaba unos momentos de soledad. Me puse a fregar los vasos de café que habíamos dejado en la encimera para hacer tiempo.

The touch of an angel, the taste of a drug... —Comencé a cantar bajito—. the look of a stranger, who's asking too much...

Cuando estaba apunto de terminar la canción, puse el último vaso de café recién fregado en el paño de la encimera y creí ver a alguien por el rabillo del ojo, así que me giré hacia la entrada. Ahí estaba Damiano, apoyado en el marco de la puerta con los brazos cruzados y una suave sonrisa en la cara.

— ¿Cuánto tiempo llevas ahí? —Pregunté, avergonzada.

— El suficiente para saber que si lo de escritora no sale bien, siempre podrías dedicarte a cantar.

Bed of roses · Damiano DavidDonde viven las historias. Descúbrelo ahora