16

1.5K 119 4
                                    

— Ni se te ocurra abrir la boca. —Le advertí a Rebeca cuando regresé a la sala.

Mi amiga me miró, con una inmensa sonrisa y conteniéndose por no saltar. Supuse que no se lo había contado a nadie porque ninguno de los demás me prestó una atención especial al regresar.

Me senté en el mismo lugar que había ocupado durante toda la noche y, cuando regresó Damiano, se sentó a mi lado y estiró los brazos, poniendo ambos sobre los respaldos del sofá, justo detrás de mi cabeza. Le miré, alerta.

— Llevo toda la noche sentado a tu lado —me susurró—. Si ahora de repente te rehúyo, queda mucho más sospechoso.

Me limité a asentir, llevaba toda la razón.

— ¡Ya hemos cantado todo lo que tienen! —Se quejó Victoria, echándose dramáticamente hacia atrás en el asiento.

— ¿Vamos a otro sitio? ¿Discoteca? —Propuso Thomas.

— Sí, todavía es temprano. —Se unió Rebeca.

— ¿Temprano? —miré mi móvil—. ¡Son casi las cuatro de la mañana! Yo si nos vamos me voy a casa.

— ¿Te acompaño? —Me susurró el italiano.

Me limité a asentir.

La verdad que fue bastante sospechoso que nos fuésemos el italiano y yo juntos. Todos se miraron entre ellos, intentando ocultar las medias sonrisas y caras de sorpresa cuando nos íbamos, pero en aquel momento me daba absolutamente igual, y a Damiano también.

- ¿Cogemos un taxi? -Preguntó el italiano al salir del local.

- Sí, no me apetece andar.

Nos quedamos quietos, en la acera. Mi mirada estaba fija en la carretera, buscando algún taxi. Damiano se situó detrás de mí, bastante cerca, y me apartó el pelo hacia un lado, poniendo acto seguido su boca en mi cuello. Me hizo cosquillas.

— ¡Damiano! —Me reí mientras me apartaba. Él iba a quejarse cuando vi un coche—. ¡Mira! ¡un taxi!

Una vez en el interior del vehículo, le di mi dirección al taxista y arrancó. Me limité a mirar por la ventanilla, siendo consciente de todo el alcohol que había bebido, me mareé un poco, pero intenté concentrarme en el italiano que tenía al lado, que no paraba de observarme, conteniendo las ganas de tocarme.

Subimos raudos las escaleras de mi edificio y, mientras intentaba abrir la puerta de mi casa, Damiano continuó con lo que estaba haciendo cuando cogimos el taxi. Comenzó a besarme el cuello, cosa que hizo que me costase más de lo normal abrir la puerta.
El italiano me metió dentro del apartamento, de un empujón. Cerró de un portazo y se abalanzó sobre mí, acorralándome entre su cuerpo y la pared.
Sus manos bailaban entre mis caderas y mis muslos. Nos besamos, con ganas, con rabia y deseo.
En un movimiento rápido, me cogió de las nalgas y me subió hacia arriba, haciendo que mis piernas quedasen enredadas alrededor de su cintura.

— ¿Vamos a mi habitación?

Él asintió mientras me cargaba, separándome de la pared. Iba rompiendo el beso para indicarle dónde quedaba mi cuarto.
Durante el corto trayecto de la entrada a mi habitación, mi deseo, y el suyo, iban in crescendo, notaba su necesidad, y estuve segura de que él sentía la mía.

Una vez en mi cuarto, me tiró a la cama, con tanta dureza que todo empezó a darme vueltas, como en el taxi, pero multiplicado por cien. Damiano se tiró encima de mí y comenzó a besarme el cuello, bajando por mi canalillo.
Intenté concentrarme, era lo que deseaba, pero el mareo no me lo permitía.

Y, de repente, náuseas.

Aparté a Damiano de un empujón seco. Se quedó mirándome, sin entender. Yo me incorporé encima de las mantas.

Bed of roses · Damiano DavidDonde viven las historias. Descúbrelo ahora